domingo, 24 de marzo de 2013

Alan Pauls (1959), Historia del llanto, 2007


         Pauls Frente a la proliferación de personajes, más o menos costumbristas, exagerados o sobrios, representantes de una determinada clase social o profundamente simbólicos que podemos encontrar en otras novelas, Historia del llanto trabaja con pocos personajes, algunos de los cuales aparecen solamente perfilados. El mismo personaje principal carece de una descripción física consistente o detallada. Se trata más bien de una descripción psicológica, de un perfil en el que prevalece el aspecto interior. Novela intimista, tiene como personaje a un ser especialmente sensible: un niño argentino de clase media cuyos padres, recientemente separados, encarnan dos actitudes bien diferentes: mientras que el padre ha logrado sobreponerse al divorcio, manteniendo una intensa actividad social, preocupándose por su apariencia física y con una agenda en la que hay tiempo para el ocio en un club con piscina y ginnasio, la madre, sin embargo, permanece en la casa de sus padres como asumiendo su derrota, ya que su padre, el abuelo del niño, había pronosticado hace tiempo la ruptura del matrimonio y el regreso de su hija al hogar.

          De manera que el niño, al que se nos presenta in media res, en el comienzo del relato, vistiendo un ridículo traje de supermán, pese a conocer la ciudad de la mano de su padre, vive en un hogar un tanto claustrofóbico, con un abuelo totalitario y una madre desencantada y depresiva víctima de los aceites y las cremas que ciertas damas le venden, inmersa en una apática existencia, y que pasa la mayor parte del tiempo sin ganas de nada, tirada en la cama. El hogar materno está situado en un barrio militar, donde lo normal es observar asiduamente el desfile de parejas de militares, y donde los vecinos son todos militares. Aunque las menciones al estado represivo de la dictadura, son esporádicas, éstas están presentes en diferentes momentos y toman cuerpo hacia el final del libro. Se supone que el niño no es muy consciente del sistema político en el que está inmerso. Sólo algunos años más tarde descubre con sorpresa que su vecino militar, con el que su madre lo dejaba largas tardes, era en realidad un activista disfrazado e infiltrado en el núcleo del enemigo. Y lo descubre gracias al consumo compulsivo de publicaciones políticas de izquierdas, lecturas que, como veremos más adelante, constituyen para él un producto simbólico más, como lo pueden ser los comics, supermán o cualquier otro.

          La focalización en la mente del personaje principal provoca una indeterminación temporal, el tránsito de un periodo a otro sin marcas explícitas, pero aunque la historia no tiene una sucesión estrictamente cronológica, ya que la narración va y viene de la infancia a la adolescencia y la juventud, de un modo aparente des-estructurado, sin embargo la acción, ciertamente fragmentaria, va progresando. La narración en segunda persona proporciona la posibilidad de no reducirse al monólogo interior del personaje que, sin embargo, es lo que predomina en toda la obra, pese al convencionalismo de la segunda persona. Permite, como digo, extrapolar ciertas reflexiones que pueden ser achacables a un narrador externo al personaje, cuyos límites, pese a todo, aparecen ciertamente desdibujados, de hecho, la mayor parte del tiempo tenemos la sensación de que el personaje es el que cuenta su propia historia.

          La prosa de Pauls en esta obra tan elogiada por la crítica no es que rehuya la sencillez, sino que premeditadamente busca la complejidad. Se desarrolla en estructuras sintácticas muy complejas, con gran cantidad de subordinadas, incisos y paráfrasis. El lenguaje es, por lo tanto, claramente literario y bastante poético. En contra del monólogo interior tradicional, que se transcribe o refleja de manera bien distinta, con una sintaxis más sencilla, con estructuras truncas y reformulaciones, con cabos sueltos y momentos de suspensión, con alteraciones súbitas del ritmo y con la presencia del idiolecto peculiar e intransferible del personaje, nada de esto encontramos en Historia del llanto, sino una prosa elegante, aunque compleja, sin espontaneidad, pero de alto un valor estético.

          De manera que la trama, por otra parte bastante limitada y sencilla, desafiando los presupuestos del bestseller y la literatura de mercado, no es lo importante en esta novela. El autor se preocupa más, como ya he dicho, por la descripción de la mente del personaje y el modo en que interioriza los productos culturales de su entorno. Por lo tanto, una novela tan corta como ésta presenta, sin embargo, gracias al fragmentarismo y a la complejidad de la prosa, una dificultad de lectura considerable.

          Llama la atención el tratamiento de los contenidos simbólicos asociados a la irrupción de la cultura de masas en una época, la infancia y la juventud del protagonista (años setenta y ochenta), donde se mezclan supermán (la industria cultural de EEUU) y la izquierda revolucionaria latinoamericana con sus cantautores y la caida televisada del gobierno de Salvador Allende.

          El llanto es, generalmente, una actividad liberadora, pero este tipo de llanto, el que manifiesta el protagonista de Historia del llanto, es un llanto que tiene menos de liberación que de empatía. Se trata de un llanto que brota a veces sin causa definible, como una sensación que estuviese presa del ambiente, un mal du siecle, algo que, además, sitúa al protagonista como portador de una capacidad especial, ajena a otros niños de su edad, que prefieren los deportes, la actividad física y la diversión. Este niño, sin embargo, sorprende a su padre con su increíble capacidad de llanto, así como su facilidad para expresar sus sentimientos más íntimos. Pero es un llanto peculiar, como digo, no es un llanto que se nutra del propio desasosiego, sino que, de manera parasitaria, se nutre del dolor ajeno, nace en la sociedad y se instala en el protagonista.

          Ese llanto es externo al idividuo, no se origina en su interior, y esto se pone de manifiesto cuando empieza sentir que otros usurpan su capacidad, por ejemplo, cuando en pleno borbadeo del Palacio de la Moneda en Chile, la televisión anuncia el suicidio de Salvador Allende. Entonces el protagonista advierte que su sensibilidad política, su ideología revolucionaria, se limita a la contemplación de un espectáculo más entre la multitud de productos simbólicos que los massmedia ponen en funcionamiento diariamente.

          El periodo revolucionario aparece retratado en el libro desde el punto de vista de un individuo de la clase media argentina, habitante de la metropolis latinoamericana, y que se mueve preferentemente por los espacios reservados a su clase, principalmente en la infancia, cuando es su padre, nostálgico de la canción protesta, el que lo lleva a uno y otro lugar. El episodio del cantautor exiliado que regresa nos muestra la «hipocresía» de una sociedad, digámoslo de una manera menos hiriente, la «maleabilidad» de un sistema capaz de recibir «con los brazos abiertos» al mismo individuo que hubo de abandonar el país por amenazas de muerte.

          Pero la sorpresa es mayúscula cuando descubrimos que ese mismo individuo, el cantautor revolucionario, experimenta él mismo un arduo proceso evolutivo, desde cantor de la clase media liberal burguesa, con temas cuando menos apolíticos, a cantautor revolucionario, a medida que esa misma clase media a la que pertenece se va politizando, y, finalmente, desemboca previsiblemente en un político, es decir, en un legitimador del sistema que, aunque ya no es dictatorial, manifiesta todavía ciertamente una aguda desigualdad. Por lo tanto, todo en esta novela se presenta como temporal, transitorio, mutable, todo menos el llanto, que puede ser espontáneo, sufrido, o adoptado empáticamente como consecuencia de la condensación de un dolor subliminal, profundo, intravenoso.

historia del llanto

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