jueves, 16 de mayo de 2013

El realismo sucio en Mala onda, de Alberto Fuguet

       FGT Menos que cero, 1985. Un joven escritor llamado Bret Easton Ellis salta a la fama con su primera obra, en la que describe la existencia disipada de una serie de jóvenes en Los Angeles. Se trata de la high class californiana: hijos de productores y artistas, modelos, la fauna del Hollywood moderno. Todo es beber y asistir a fiestas, broncearse en la playa o con rayos ultravioletas. Asistir al cine. Ir a fiestas privadas en grandes mansiones de amigos cuyos padres siempre están de viaje, por Europa o Oriente, de compras. La adicción a la cocaína, el LSD y la heroína intenta llenar el vacío que les deja la banalidad de ese mundo. Depresión generalizada. Niños ricos que lo tienen todo. Les gusta la exclusividad y van a la moda. La novela abunda en referencias a la cultura de masas, sobre todo de grupos Pop, Punk o Rockabilly. En cuanto al estilo de la prosa: realismo sucio.
       Una década más tarde, la novela Mala Onda, 1996, de Alberto Fuguet, recrea una atmósfera semejante, pero en este caso el foco es la generación de los niños ricos santiaguinos en el Chile de Pinochet, también en la década de los 80. Idéntico sentimiento depresivo. Abuso de drogas y falta de esperanza en el futuro. Banalidad.
       En ambas obras se observa una falta de comunicación entre padres e hijos. Los hijos, que lo tienen todo, no encuentran en los padres freno ni educación, puede entenderse perfectamente que sean como son, pues sus padres manifiestan una conducta semejante. Hogares desestructurados, divorcios, drogas, amantes, fiestas de lujo y negocios.
      Pero en Mala onda, aunque sea de manera subyacente, en todo momento está presente la atmósfera militar y la represión institucional, que por supuesto no le preocupa gran cosa a los personajes, inmersos en una existencia que pretende ser hedonista pero que encubre grandes carencias. El ambiente represivo lo encontramos concentrado sobre todo en la figura de la profesora de literatura, Flora, quien intenta mentalizar a los alumnos de que viven en una dictadura militar, se mantiene a lo largo del texto en el recerdo obsesivo del plebiscito, y toma cuerpo hacia el final del libro, a medida que se acerca el resultado de la votación. Además, la victoria del SI, es decir, la continuidad de Pinochet, tiene su paralelismo con la peripecia personal de Matías, el personaje principal, ya que tras un periodo de crisis, la continuidad ofrece una estabilidad que, aunque precaria, resulta cuando menos reconfortante. En plenas revueltas y cargas policiales, tiene lugar la reconciliación de padre e hijo, la cual sellan compartiendo cocaína y prostitutas. Entonces, aunque su madre ha abandonado a su padre, Matias siente que la cosa está mejor. En Menos que cero, por el contrario, la critica social se centra en los hábitos de los jóvenes ricos de Hollywood y alrededores, y en el desdén hacia los sirvientes y las minorías raciales, tales como los mexicanos.
       Similar intención de describir a las clases altas la encontramos en varias obras a lo largo de la historia, por ejemplo, en El Gran Gatsby, donde Scott Fitzgeral describe a la clase alta de la costa Oeste, con su vida de bailes y placeres, una sociedad en transición, de pseudo-aristócratas con fortunas tradicionales y nuevos arribistas, como el propio Gatsby, cuyo dinero les permite codearse con la aristocracia tradicional. Aldous Huxley, descendiente de una familia acomodada británica, dedicó también algunas de sus obras a analizar la existencia de la clase alta desde el punto de vista de un desertor o al menos un individuo que se aleja de su clase. Lo observamos, por ejemplo, en Danza de sátiros, de 1923, donde se ponen en tela de juicio los caducos ideales de la Inglaterra victoriana. De los autores que hemos citado, es Huxley el único que introduce de manera explícita el pensamiento ideológico subalterno, reconociendo la fuerza de los movimientos proletarios y del comunismo en la época, aunque sea consciente de que al final de cuentas la sociedad clasista y la distancia entre ricos y pobres se mantendrán.
       En Latinoamérica, en pleno Boom de la novela latinoamericana, también encontramos obras que retratan a las clases altas, como Este domingo, 1966, de José Donoso, o Un mundo para Julius, 1970, de Bryce Echenique, qien se dedica también a desmontar a la clase alta, en este caso limeña, desde un punto de vista irónico y mordaz, pero el estilo es completamente diferente del estilo de las dos obras con las que comenzábamos, Menos que cero y Mala onda, en las que el estilo de la prosa es austero y directo. Ambas obras están narradas, además, por un narrador-protagonista que pertenece al mundo que describe y que se muestra, en los dos casos, deprimido y sin esperanzas. Este estilo, calificado de realismo sucio en algunas ocasiones, emula el habla coloquial de los jóvenes que retrata. En ambos casos, encontramos vocablos de la jerga juvenil y numerosas referencias a la cultura de masas: cine, grupos musicales, marcas de coches, de aparatos electrónicos o de ropa, bebidas, bares y discotecas, etc. Las dos novelas, además, transcurren en un periodo corto de tiempo, unos días en el caso de Mala onda, unos meses de vacaciones en el caso de Menos que cero.
       En Mala onda, el máximo símbolo del lujo, ademas de las grandes mansiones santiagueñas, de los coches opulentos y de los clubs exclusivos, es, sin lugar a dudas, la zona sur de Rio de Janeiro, en concreto las playas y "boates" de Ipanema y Leblón, donde el protagonista comparte con sus compañeros un inolvidable viaje de fin de curso. Ipanema y Leblón representan en esta obra un ideal de libertad frente al ambiente opresivo del Chile de Pinochet.
       En Menos que cero, no existe un lugar o un sistema que se proponga como opuesto al modo de vida norteamericano. El American Way of Life no tiene un contrapunto ideal. Esto se debe a que esta generación de jóvenes que retrata la obra están convencidos de que ellos son la elite del mundo y de que viven en el mejor lugar posible: Hollywood. Sin embargo, su existencia también está presidida por la banalidad. No existe un lugar a donde esta generación de primogénitos y niños de papá pueda huir. Viven en el paraíso y, sin embargo, no están satisfechos. Se entregan a las drogas y al sexo más o menos libre, se alcoholizan frente a las magníficas piscinas de sus mansiones, donde los padres siempre están ausentes y sólo aparecen para firmar un cheque o para regalar un Porche o un Ferrari. Es una vida de excesos y derroche, vivida de forma apática y anodina. Una vida que, hacia el final del libro, descubrimos que lleva a algunos de los jóvenes al gusto por lo macabro y lo obsceno, forzando los límites de lo legal. Resulta de extrema dureza, por ejemplo, el gusto de Tred por las snuff movies, así como el brutal episodio en el que una niña de doce años es drogada y atada a una cama, mientras los jóvenes la violan.
       Volviendo a Scott Fitzgeral, la conexión Mala onda - El gran Gatsby no es casual, la encontramos de manera explícita en la novela de Fuguet. Cuando su profesora de literatura lo lleva a casa, al despedirse le llama Gatsby, y cuando Matías lee el libro, pese a no reconocerse en Gatsby, identifica a Antonia con Daisy. Recordemos que Gatsby es un nuevo rico, cuya fortuna tiene orígenes dudosos, mientras que Daisy pertenece a una familia de larga tradición. Como muchas veces ocurre con la literatura, tiramos de un hilo y encontramos una serie de conexiones como un nudo o una red de referencias. En Mala onda también opera la identificación Matías - Holden, el protagonista de El guardián entre el centeno, 1951, de Salinger, otro personaje perteneciente a la clase alta que describe en primera persona la sociedad de la que proviene, desde el punto de vista del outsider, desencantado del mundo en el que vive. Sin embargo, este desencanto no llega al punto de provocar que Matías abandone complemente el mundo en el que vive. Se trata de un viaje de ida y vuelta. En este sentido, es revelador el episodio en el que, hastiado de su familia, decide irse de casa. Después de robarle a su padre un cheque y unos gramos de cocaína, Matías entra en un ómnibus y recorre la ciudad en dirección a la periferia. Cuando llega al final del trayecto, ya casi en la hora de queda, descubre con pavor que en aquel territorio suburbial, donde escucha canciones en español salir de los barracones, corre peligro. Entonces, cuando consigue un taxi y se aproxima al centro de la ciudad, y comienza a ver letreros en inglés, vuelve a sentirse a salvo, contento porque está de regreso a la "civilización".
       Alberto Fuguet formó parte de lo que se denominó el grupo MacOndo, donde una serie de escritores de diversas nacionalidades intentaron crear una tendencia que dejase de lado el realismo mágico del Boom. Con diferentes variantes y estilos, estos autores se lanzaron a la escritura de una narrativa fresca e original. La vertiente de un realismo sucio que se desarrolla en ambientes urbanos es una de las tendencias, si bien no podemos definir este estilo como algo nuevo. Baste pensar en la Beat Generation, con obras como En la carretera, 1957, de Keruac, o Yonkie, 1953, de Williams Burroughs. La novela norteamericana ha dejado las mejores obras de este estilo brusco, directo y sin concesiones. La novela de Fuguet huye de los referentes de la literatura latinoamericana y se inscribe en unas coordenadas intertextuales anglófonas, al igual que los jóvenes de su novela evitan a Silvio Rodríguez y a los otros referentes de la cultura combativa y revolucionaria de la América de los años setenta, para caer en las redes de la contracultura de EEUU y en el consumismo omnipresente de los centros comerciales.
mala onda

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