Vamos a detenernos en dos obras
bastante separadas en el tiempo, Zama (1956),
del argentino Antonio di Benedetto; y Maluco,
La novela de los descubridores (1997),
del uruguayo Napoleón Baccino Ponce de León. En ambas obras, desde el punto de vista estilístico, se imita el
lenguaje de las crónicas de Indias. Se trata de un leve tamiz literario, pues
la imitación mimética conllevaría serias dificultades para la lectura actual.
Es un lenguaje que, en algunas flexiones recuerda al modo de escribir
característico de los siglos XV y XIV, pero que no deja de ser una creación
literaria.
Estas dos obras se encuentran en la
estela de otras muchas que han recreado diferentes aspectos de la Historia de
la Conquista, como La aventura
equinoccial de Lope de Aguirre (1962), de J. Sender; Terra Nostra (1975), de
Carlos Fuentes; El entenado (1988), de Juan José Saer; o La gesta del marrano (1991), de Marcos
Aguinis.
La primera de éstas, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1962),
se centra en la figura de Lope de Aguirre y su alucinado viaje por el Amazonas
con los marañones, en una espiral de violencia y terror donde queda clara la
personalidad obsesiva del conquistador.
En la segunda, Terra Nostra (1975), el
tema de la conquista forma parte del poyecto totalizador de Fuentes, en el que
el escritor pretende reflejar el pasado, el presente y el futuro del mundo
hispánico a ambos lados del Océano Atlántico. En la segunda parte de la novela,
"El Nuevo Mundo", Fuentes se inspira en las campañas de Hernán Cortés
por tierras aztecas para recrear, entre el mito y la descripción naturalista,
el choque cultural entre las dos civilizaciones.
En la tercera novela mencionada, El entenado (1988), Juan José Saer recrea el modo de vida de un poblado indígena desde
el punto de vista del único expediacionario español que se salva de una
emboscada y que es capturado por un
grupo de indígenas, los cuales, como él entenderá posteriormente, han salvado
su vida como parte de un rito antropofágico en el cual sus compañeros de
expedición constituyen el menú. Desde su posición ambigua de de prisionero e
invitado, el protagonista describirá sorprendido los hábitos y costumbres de un
pueblo admirable, sensato y civilizado que, sólo una vez al año se permite unas
bacanales antropofágicas de peligrosas consecuencias para la comunidad, en las
cuales parecen dejar rienda suelta a los instintos más primitivos que, por otra
parte, subliman elegantemente durante el resto del año. La descripción del
canibalismo de esta tribu resulta asombrosamente detallista, objetiva, y con tintes
claramente antropológicos.
En La gesta del marrano (1991), de Marcos Aguinis, se recrean las
peripecias vitales de una familia cuyo padre, un médico de vida más o menos
acomodada, es judío converso, y empieza una nueva doble vida en América. Sin
embargo, la acción de la Inquisición se extiende por todos los dominios del
mundo hispánico, y varias generaciones de las familias conversas, que mantienen
su fe y sus ritos religiosos originales en privado, sufrirán persecución y
represión dondequiera que se encuentren. Esta novela, entonces, es una saga
realista, un melodrama en el que el decurrir histórico aparece ligado a los
avatares personales de la familia protagonista que sufre el estigma de su
origen judío.
Analizaremos a continuación algunos
aspectos de Maluco que creemos
representativos de cierta tendencia transgresora y deformadora de la nueva
novela histórica en los albores de la postmodernidad.
El protagonista de Maluco, Juanillo, es una especie de pícaro, que viaja como bufón en la expedición de
Magallanes, en el siglo XIV. En algunos casos, sobre todo en su presentación, este
personaje constituye un remedo de la figura del gracioso en el teatro barroco, y
la estructura general de la obra adquiere desde el principio la forma de las
narraciones de los pícaros tan características del siglo de oro, así como de
épocas posteriores, como ocurre, por ejemplo, con la figura de Gabriel de
Araceli en los Episodios Nacionales,
de Benito Pérez Galdós.
Juanillo, es, además, un judío
converso, lo cual justificaría su embarque hacia las Indias, aunque, como
sabemos por otra novela sobre la Conquista y el proceso de colonización, La gesta del marrano, de Marcos Aguinis,
la persecución a los judíos no se limitó a la Península, sino que fue tambíen
muy intensa en el virreno del Perú y en otros lugares de América a donde
llegaron y se instalaron los tribunales de la Santa Inquisición. El propio
Juanillo, que así se llama el personaje, escribe, como suele ocurrir con la
picaresca, una carta en la que cuenta con transparencia los avatares de su
existencia, y deja claro su origen judío:
Bien dicen que la necesidad
tienen cara de hereje, y, pese a ser yo converso en todo cuanto un hombre puede
serlo, a excepción de lo que cortaron y arrojaron a los perros de mi prepucio a
siete días de mi nacimiento y que no hay voto capaz de restituirlo, había por
esos días de las mismas necesidades que los príncipes y los papas, esto es, de llenar
mis tripas de vez en vez.
Como ocurre con la mayor parte de
las Crónicas de Indias, el enunciador, el propio cronista, tiene como
destinatario al monarca, con el afán de conseguir algún premio tras sus
andanzas, por ello suelen modificar un tanto la historia, generalmente a su
favor. Este punto aparece (parodiado) en Maluco:
Y porque otra vez los perros de
la necesidad me acosan, ahora en la vejez, perdidas ya mis artes para mover a
risa –porque Quién quiere por bufón a un hombre que ha arribado a la parte
triste de la edad?–, determiné, antes de morir, dar cuenta a Vuestra Alteza de
los muchos y prodigios y privaciones que en aquel viaje vimos y pasamos.
Aunque apreciamos desde el principio
una desviación con respecto a las crónicas tradicionales, por ejemplo, en las
palabras que el bufón le dirige al monarca hablándole sobre los “caprichos” de
los “príncipes”: “Para que Su Majestad sepa y medite en su noble retiro de cómo
las ambiciones y caprichos de los príncipes afectan a la vida de quienes andan
por el mundo a ciegas, siempre al arbitrio de los poderosos”.
Juanillo no se limita a pequeñas
críticas, sino que incluso repite diatribas en las cuales realizaba duras
difamaciones hacia la familia real (adviertase además que el tuteo se alterna
con el tratamiento de respeto):
Hablando de castigos y
represalias, déjame preguntarte una vez más, Alteza, por qué tu hijo Felipe que
es alto como una torre, se ensaña conmigo que soy del talle de una jofaina. Por
qué agita el poderoso belfo de los Austrias en contra de este humilde servidor
que ningún mal le ha hecho a su casa? Porque es cierto que Juanillo habla de
más y condimenta su discurso con algunas mentirillas para realzar su sabor,
pero Quién lo toma en serio? Acaso Felipe, que es rubio y zarco como un angelote,
seductor como una ninfa y santo como una papisa, presta oídos a los embustes de
un trapalón enano y contrahecho?... P. 17.
El relato, al comienzo del viaje,
recupera algunos de los mitos surgidos de ese viaje a lo desconocido que fueron
las primeras expediciones marítimas, como obsrvamos en el siguiente fragmento,
en el que abundan referencias a la mitología y al “bestiario” propio de la
“antropología” antigua:
Se habla de las criaturas de
las Antípodas, que viven con la cabeza para abajo. De hombres con un solo ojo
en la frente y que no ven más que el futuro. De otros, con un ojo en la nuca
para ver el pasado, que son sus esclavos. De mujeres con cabeza de puerco y
otras con pezuñas de yegua que andan por las selvas enloqueciendo a los
viajeros con sus hermosos cuerpos y sus rostros de vírgenes. Se habla también
de los hombres-plantas que tienen un solo y gigantesco pie fijo en el suelo….
Esta galería esperpéntica de seres
extraños denota el miedo a lo desconocido antes de partir.
Desde su posición subalterna,
Juanillo decide contar la verdadera historia de la empresa, delatando las
mentiras de las crónicas oficiales, acusando al rey sin remilgos de condecorar
y beneficiar al hombre equivocado: “Ese oscuro hombrecillo, a quien no necesito
nombrar porque de sobra conocéis por los honores y presentes con los que lo
habéis distinguido, era, aunque no lo creáis, uno de los mayores enemigos de la
empresa”.
Juanillo, como pícaro, conoce la
cruda realidad de los pobres y marginados que son envados como carnaza en estas
expediciones, y desde el primer momento denuncia las injustucias de su tiempo:
Y qué éramos nosotros, con nuestros
ridículos sueños e infantiles miedos?: simpes marionetas movidas por hilos
invisibles, títeres sujetos al libre arbitrio de unos locos para dar contento a
los ricos, para que no falte en la mesa de los poderosos la pimienta con que
sazonar la carne, ni el clavo y la canela para aromatizar su vino, mientras
nosotros lo bebemos agrio, mientras nuestra agua apesta….
En la descripción de los preprativos
que ocupa el primer capítulo, realizado de manera magistral, destaca el momento
en que, tras semanas de espera, los marineros ven llegar a los altos mandos de
la expedición con manadas de animales. Pero llama la atención, sobre todo, la
llegada de una barcaza llena de espejos y otras baratijas, cuya funcion será la
de engañar a los aborígenes:
Ésa sería, Alteza, nuestra
moneda corriente en las tierras por descubrir. Ésos eran los dones de nuestra
civilización y, a cambio de ellos, obtendríamos los más preciados tesoros que
la naturaleza había prodigado a otros pueblos del mundo. Y, cosa bien curiosa,
esos espejitos y cascabeles transportados a granel en la barcaza y que nada
valian, transtornarían por completo a esos pueblos.
Estos dos elementos los encontramos
también en La aventura equinocial de Lope
de Aguirre: el tópico del arca de Noé, por el cual los bergantines se
llenan de animales, es deconstruido en esta otra Aventura bíblica, un éxodo
peculiar donde hombres y animales pasan todo tipo de penalidades en busca del
oro prometido, por ambición personal, en una huida fatal. Un proceso en el cual
los animales se llevan la peor parte, pues perecen en gran número, y cuando el
hambre aprieta nadie duda en comerse los caballos o cualquier otro animal.
Estas páginas preliminaries se
desarrollan a modo de crescendo en el que la llegada del Ejército de 237
hombres, atisbado sobre la colina desde el punto de vista del barco, constituye
el climax antes de la partida. El autor describe con rasgos escuetos pero
precisos la personalidad de cada uno de los altos mandos implicados. Resulta
interesante, en este sentido, la descripción de la mirada de los altos cargos
cuando entran en el barco:
Inmóvil junto a uno de los
cabezales del Puente, me empeño en descubrir en el rostro de cada uno de los
capitanes señales acerca de nuestro incierto destino. Nada me dice el gesto
inexpresivo y duro de don Hernando, que pasa arrogante a mi lado y deja tras
suyo un penetrante olor a hierro que tarda en expandirse en el aire saturado de
aquella mañana. A su lado Juan Serrano, ocultos los ojos bajo el ala del
sombrero (…) examina a cada uno, mirando recto a los ojos que se sienten
observados sin poder devolver la mirada. Don Juan de Cartagena Saluda con leves
y graciosos movimientos de su cabeza. Lo precede el aroma de perfumes de
Oriente, única nota femenina en medio de aquellos olores acres y ásperos. Hay
algo cautivante en su sonrisa, entre tierna y cínica. El rostro macizo e infantil
de Gaspar de Quesada infunde confianza a los hombres. Más atrás, los ojos
claros y tímidos de don Luis de Mendoza me inspiran una inexplicable piedad.
En
el pueblo de Sanlucar, donde los navíos permanecen varados a la espera de que
llegue el momento de partir, Juanillo describe la actitud de los lugareños,
quienes evitan a toda costa a los marineros. Se describe a sí mismo y a los
otros que lo acompañan como enfermos contagiosos. Su enfermedad consiste en los
sueños que tienen, por los cuales son capaces de arriesgar la vida. Los
lugareños temen contagiarse de esos sueños de grandeza.
En
la obra aparecen diseminadas, con relativa frecuencia, alusiones a diferentes
obras de la literatura española, como el Quijote,
el Poema de mio Cid, La Celestina, o
el propio Lazarillo de Tormes.
Juanillo hace gala en varios momentos de sus dotes de bufón, y pondera su
importancia a la hora de mantener alta la moral de la tripulación, sus
historias, jocosas y obscenas, mantienen vivo el carácter de los marineros,
como por ejemplo, cuando cuenta la historia de una tal Melibea, en la que se
reunen, a modo de pastiche, rasgos y elementos de La Celestina con el mito de Pasífae y la vaca de madera que Dédalo
creó para que ésta pudiese satisfacer sus deseos zoofílicos con un toro.
Resultan
de gran belleza estética algunas descripciones salpicadas de metáforas y
símbolos, como cuando el narrador describe las naves como si se tratase de
islas, o cuando reconstruye la historia de los maderos con las que ésas fueron
creadas, imaginando los robledales de los cuales salieron, especialmente el
mástil de la Trinidad, que según el autor, fue el mismo en el que los condes de
Carrión abusaron de las infantas, connotando así a las naves como depositarias
de la historia. Pero entre estas descripciones y elementos simbólicos, destaca
una, que se caracteriza por la personificación de las naves: “Las costillas de
la Trinidad guardan memoria…”
En
la novela Zama, verdadera precursora
de lo que se ha venido denominando Nueva Novela histórica, el protagonista no
es un bufón, sino un funcionario que se siente aislado y que desea ser
ascendido o cuando menos trasladado a cerca de su familia. Malgasta el dinero,
es pendenciero y arrogante, mujeriego y muy violento. Lo cuenta todo en primera
persona, así que no tiene el tono de crónica de Maluco, en el cual el bufón se
expresa casi todo el tiempo en la primera persona del plural, como si
representase al colectivo. En Zama es
más fuerte el impulso individualista. Se trata de otro momento de la colonización.
Mientras que en Maluco se retrata la
odisea del viaje, en el que un puñado de hombres son lanzados en pos de lo
desconocido y deben trabajar en grupo, en Zama,
sin embargo, observamos el estado de la conquista un poco más avanzado, con sus
primeras instituciones y sus primeros fracasos administrativos, con las
corruptelas y los desafíos propios de las colonias que se están estableciendo.
Si
el bufón de Maluco es un individuo
contrahecho y que vive de hacer reír a los demás, el protagonista de Zama es también tragicómico, pero de una
manera diferente. Individualista acérrimo, no habla para otro que no sea sí
mismo. No se dirige a ningún monarca para conseguir su gratitud, por mucho que
anhele un premio por sus esfuerzos. Es duro y violento, pero al mismo tiempo
presenta una cierta sensibilidad y un cierto idealismo, mientras que el bufón
es todo retórica y apariencia.
Las
obras, por lo tanto, presentan dos momentos bien diferenciados de la Conquista.
Las mueve a ambas una intención subversiva y desmitificadora, si bien la carga
paródica es mucho más intensa en Maluco.
Si Maluco recrea en clave paródica la
aventura suicida de los primeros conquistadores, en Zama se reflejan los problemas administrativos y burocráticos de
las primeras colonias establecidas, su aislamiento y su fracaso en cuanto
proyecto civilizatorio.
El
mayor logro de ambas, en mi opinión, se da en el nivel del lenguaje, en la
recreación del léxico y el estilo del español arcaico, un estilo que, no siendo
natural o espontáneo, tampoco suena artificial. Un estilo donde lo coloquial se
entremezcla con lo poético con aparente naturalidad.
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