Preámbulo
El
bibliófilo empedernido siente un placer quasi insano manipulando aquella
edición tan pulp de un libro setenteañero, ese tipo de ejemplar que
generalmente yace en sebos y librerías de segunda mano, acumulando polvo al
lado de ejemplares de Corín Tellado, ediciones de bolsillo de novelas cortas farwest, clásicos y obsoletas promesas
de la ciencia ficción de los años cincuenta y sesenta. Colecciones acartonadas,
corroídas por roedores ávidos de literatura y por la voracidad del moho,
reediciones precarias hechas de mala manera y con prisas. Son ejemplares que se
pueden comprar al kilo, de un real a cinco cada uno, más o menos treinta reales
el kilo y medio. Las portadas coloridas representan un apasionado beso en un
jardín voluptuoso, el primer plano de un cowboy apuntando al lector con su
smith and Wesson en una planicie desértica y abrasado por el sol, o una nave
espacial surcando el cielo de marte en busca de un futuro post-nuclear.
Entre esos
ejemplares, la mayor parte prescindibles, el frecuentador de sebos y librerías
de segunda mano, como un arqueólogo amateur, siempre encuentra alguna pieza que
exhumar, pero no posee el equipaje ni el instrumental necesario para tan
delicada operación, por lo que es común verlo salir del sebo con la yema de los
dedos ennegrecida y los ojos rojos, tosiendo sin parar, transportando quién
sabe cuántos microorganismos huéspedes en sus pulmones y en su piel.
El
profesional de los libros entra en los inmemoriales depósitos herméticamente
sellados de las monumentales bibliotecas nacionales, donde se guardan
ejemplares de hace más de cuatrocientos años, equipado con guantes y máscara, y
con lentes apropiados, no vaya a ser que algún virus letal, dormido por cientos
de años, se despierte y entre por sus narinas, y arraigue en sus pulmones
vírgenes, quién sabe por qué seculares o laicas manos, igualmente sucias, ha
pasado. Sin embargo, el bibliófilo amateur puede ser un sujeto peligroso, pues,
además de hospedar un sinnúmero de organismos parasitarios, atesorados en
largas exposiciones a ambientes mórbidos, húmedos, de poca ventilación y llenos
de bacterias que sobreviven y se reproducen impregnados en las páginas de
libros editados hace décadas, tiene una clara tendencia a evadirse, naufragando
en lugares a-temporales o llenos de objetos que pertenecen a tantos tiempos
diversos que uno pierde la noción del tiempo y del espacio. En aquellos lugares
cargados de memoria, el bibliófilo amateur entra contento, pero muy pronto se
siente apesadumbrado por la ingente cantidad de libros que lo cercan. Al
principio tímidamente, con mucho respeto, sin aproximarse demasiado, tantea uno
u otro ejemplar, y cuando se da cuenta, lleva horas dentro de aquel museo
popular. Saldrá al exterior aturdido y mareado, con ciertas ganas de vomitar,
rascándose los ojos con el dorso de la mano o con el antebrazo, confiante en
que en aquellas regiones de su cuerpo los gérmenes no se han posado. Emergerá,
como el barco después de la tormenta, igual que el heroinómano tras un viaje de
caballo, como el alcohólico que despierta después de una borrachera.
Capítulo uno
Para encontrar ciertos libros de José Louzeiro será necesario recurrir a los sebos y librerías de segunda mano, allí no será difícil encontrar una serie de títulos que no han sido reeditados en largo tiempo, podrá recurrir también a la venta online, donde encontrará ejemplares varios, con diferentes vivencias y avatares, con leyendas tranquilizadoras como:
Capítulo uno
Para encontrar ciertos libros de José Louzeiro será necesario recurrir a los sebos y librerías de segunda mano, allí no será difícil encontrar una serie de títulos que no han sido reeditados en largo tiempo, podrá recurrir también a la venta online, donde encontrará ejemplares varios, con diferentes vivencias y avatares, con leyendas tranquilizadoras como:
LIVRO COM MARCAS DE MANUSEIO
UM POUCO AMARELADO PELO TEMPO
OPORTUNIDADE ÚNICA
MELHOR PREÇO DO ML
FRETE R$ 7.00
Seguramente
encontrará en primer lugar la novela Lúcio
Flávio. O passageiro da agonia (1976),
un libro fatalmente famoso porque el protagonista, Lúcio Flávio Vilar Lírio, fue
un criminal que, en los años setenta, acaparaba las portadas de los diarios
sensacionalistas y las páginas policiales por sus atracos a bancos y sus
espectaculares fugas, un tipo violentamente libre que tuvo en vilo a las
autoridades durante mucho tiempo. La novela, un ejemplo de "romance
reportagem" (novela reportaje), recupera la tradición de A sangre fría, de Truman Capote, con el
sello del mejor triller y con detalles de la novela policial, que, en el caso
de Brasil, tiene como exponentes, entre otros, al Rubén Fonseca de Bufo y Spallanzani y Agosto, o, con otro registro, al
Tabajara Ruas de A região submersa y O detective sentimental.
José
Louzeiro, periodista y guionista de cine y televisión, conocedor de los
entresijos del periodismo de investigación, extrapola el género del reportaje a
una región literaria donde todo tiene cabida por obra y arte de la
ficcionalización de las emociones y avatares sentimentales de los personajes.
Así es la novela, el género proteico y maleable donde todo tiene cabida. La
gran mayoría de sus obras tendrá como base una historia real publicada en
periódicos y magazines con anterioridad.
Capítulo dos
Por aquel
entonces, décadas de 1970 y 1980, en otras regiones del mundo estaba sucediendo
un fenómeno similar. Por ejemplo, en España, donde en la fase final de la
dictadura franquista, la censura empezaba a mostrar síntomas de laxitud. En ese
contexto, la narrativa un tanto épica de las vicisitudes de anti-héroes
populares, casi siempre criminales de poca monta, generalmente
drogo-dependientes, servía de pretexto para describir los hábitos totalitarios y
represivos de las Fuerzas de Seguridad del Estado. El anti-héroe de los setenta
arriesgaba su vida por mero instinto de supervivencia, enfrentándose al statu quo y a las fuerzas policiales
hasta que el cuerpo aguantasen, o hasta que, en el lugar menos pensado, lo
acribillasen a balazos. Es el sino trágico de este tipo de anti-héroe, que
siempre acaba de la peor manera posible. Ahí están Juan José Moreno Cuenca,
"el vaquilla", y Ángel Fernández Franco, "el torete" que
protagonizaron varias de películas inspiradas en sus propias andanzas.
Constituyeron todo un fenómeno social, como demuestran las canciones que grupos
como Los chunguitos o Los chichos les
dedicaron, describiéndolos, precisamente, como anti-héroes, vidas (no tan)
perdidas de individuos entrañables y de buen corazón, entregados a la vorágine
de vivir.
Algunos
autores, como Idelber Avelar, en Alegorías
de la derrota. La ficción post dictatorial en América Latina, han visto en
este tipo de obras, la representación del
complejo de culpabilidad de una burguesía que, durante largo tiempo, había
aceptado e incluso alentado a la dictadura. La burguesía recibiría, entonces,
estas obras como un bálsamo y como un trago amargo que habría que pasar para
saldar las cuentas de la conciencia, supondría, en definitiva, una especie de
"compensación simbólica" que actuaría de forma ciertamente
inconsciente y subliminal, por medio de complejos procesos psicológicos y cognitivos,
en el plano individual y también en el plano colectivo.
Esta
compensación simbólica que tuvo lugar en ciertos géneros literarios de finales
de los setenta y principios de los ochenta tuvo su culminación directa en el
auge de un cine de corte neorealista, muy cercano del género documental, donde
se ficcionalizaban las aventuras y desventuras de estos anti-héroes. En el caso
de José Louzeiro, varias de sus novelas-reportaje fueron adaptadas al cine, con
resultados dispares, en películas que desmantelaban la estructura narrativa de
los textos originales en favor de un lenguaje audiovisual más directo y crudo,
donde la expresión de los avatares psicológicos del personaje perdían fuerza,
mientras que la crudeza visual de la violencia y del sexo, en cuanto crítica a
la sociedad de la época, ganaban más espacio.
Capítulo tres
En O estranho hábito de viver (1978), José
Louzeiro aprovecha la figura del protagonista, Toninho, para regalarnos una
impresionante estampa de la ciudad de Rio de Janeiro, con todo lo que de amable
y de odiable pueda tener la mítica Rio de Janeiro de aquellos años. El
protagonista, oriundo del Morro da Babilônia, entre Botafogo y Copacabana,
desciende desde el "tercer estado" (utilizando un término galdosiano)
favelado al más importante centro simbólico del Brasil cordial y turístico,
donde las playas con sus mulatas y sus turistas, están rodeadas de bares y
panaderías, de quioscos de prensa y edificios clásicos. Por aquel submundo
pululan también obreros nordestinos, prostitutas, travestis, porteros de
edificio y taxistas, entre otros. La novela, que tiene como principal hilo
argumental el asesinato en serie de taxistas por la noche, pone en juego
también la descripción de la vida nocturna de la ciudad, por cabarets y barras
americanas. La noche, como contrapunto del día, desata las pasiones y los
hechos delictivos se concentran en ese ámbito, así como la pasional relación de
amor entre el protagonista y la bailarina de cabaret. Durante el día, el
anti-héroe se comporta como un ciudadano de bien, con hábitos metódicos donde
nunca faltan un buen desayuno con café y tostadas, la lectura diaria de la
prensa y, de vez en cuando, una visita a sus parientes y amigos en la favela.
La favela en el "morro", y la agitada vida de las calles de
Copacabana se articulan en una oposición paradigmática, el protagonista, al
unir dos mundos irreconciliables, de usos y costumbres antagónicas, pero
fatalmente obligados a interactuar, provoca y es víctima de los desajustes que
se producen.
La ciudad
carioca es retratada con cierto pintoresquismo anacreóntico. Nos deslizamos por
las páginas de la obra con gesto de voyeur,
y, acompañando a Toninho, alcanzamos a vislumbrar sus ritmos paralelos y sus
hábitos malsanos, una danza esquizofrénica de momentos trepidantes y escenas morosas,
los rituales monocordes de la rutina y la impermeabilidad de las clases
sociales, pero también las válvulas de escape (la violencia y el sexo
principalmente) que permiten el mantenimiento de la convivencia cívica dentro
de unos límites cuando menos soportables. Por otra parte, se refleja de manera
magistral la sensación de vivir en una sociedad controlada y vigilada, donde el
vecino, el portero del edificio o el dueño del quiosco pueden ser informantes
de la policía, donde cualquier denuncia anónima, por descabellada que parezca,
puede provocar la muerte de un ciudadano de a pié.
Coda
Género de
época, manifestación cultural, grito desgarrador de los tiempos oscuros, todo
eso representan las obras de José Louzeiro y otras similares en lugares dispersos
de diferentes países. Frente a la censura de aquellos tiempos, inmersos en
dictaduras que, como grandes edificios acartonados, empezaban a resquebrajarse,
estas obras reflejaban las tensiones de aquellos días: frente a la disciplina y
la moral militar que regía la existencia y la convivencia ciudadana, la fuerza
irreprimible de la lívido y el motor de lo irracional, rompiendo las compuertas
del dique institucional. Tiempos de cambio, advenimiento de periodos
transicionales que, a la larga, también serían traumáticos y tumultuosos,
cuando los comportamientos sexuales y la violencia explícita tomaron las
pantallas del televisor, y lo nuevo, tanto tiempo reprimido y aplastado por el
yugo militar, encontró una salida al exterior.
Lúcio Flávio, O passageiro da agonia, filme completo.
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