lunes, 29 de agosto de 2016

Paco Ignacio Taibo II, más allá de los márgenes



SINTIENDO QUE EL CAMPO DE BATALLA…
Paco Ignacio Taibo II, 1989

I. “Una novela táctica”

El campo de batalla al que se refiere el título de la novela, tomado de una frase de Trotski (“Pensando que el campo de batalla le pertenecía, empezó a actuar por sus propios medios”), tiene una relación clara con el contenido general de la novela, una conexión que actúa en varios niveles. En primer lugar, el campo de batalla es el campo literario, espacio de tensiones entre diferentes estilos literarios, un campo presidido por las fuerzas del capital (el mercado editorial) en sus zonas centrales, y donde coexisten casi siempre de manera efímera obras que se olvidan en las periferias de dicho campo. Un campo que impele a los escritores a escribir de una manera determinada, a imitar fórmulas y estructuras como fórmula para repetir el éxito cosechado por obras anteriores que, de este modo, actúan como modelo. Esta obra, desde el punto de vista del campo literario, revela la actitud antagonista del autor respecto a esas fuerzas uniformizadoras del mercado editorial. Sin embargo, no deja de ser cierto que los modelos actúan de dos formas claramente opuestas, a modo de ejemplo que puede o debe ser seguido y, por otro lado, de manera inversa, como negación. El propio autor lo explica:

La (...) manera de llevar la contraria que se esconde en este libro surgió en una conversación con un colega en una de las reuniones de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos (AIEP). Me dijo: “ahora que estás publicando en el mercado internacional, tienes que escribir novelas más internacionales”. (8)

Ante la pregunta lógica de qué diablos significa escribir novelas más internacionales, opción esta que se ofrece como una tentación para el escritor que por primera vez accede al mercado editorial trascendiendo el campo literario local, Taibo explica que

Me sentía tentado a escribir con menos claves sociales, de una manera más abierta, sin tanta complicidad solidaria mexicana. Ahora podía darme el lujo de pensar en lectores sin verlos ojeando mis libros a la sombra de la Latino comiendo tacos de chicharrón. (8)

Para un escritor como Paco Ignacio Taibo, perteneciente a la izquierda latinoamericana, cuya configuración ideológica pasa por los referentes libertarios, revolucionarios y antiimperialistas, como las imágenes obsesivas de la juventud rebelde del DF sucumbiendo ante las fuerzas de seguridad en Tlatelolco, esa actitud del escritor que se pliega a las tentaciones del mercado editorial internacional, y que incluso cambia su estilo para acceder a un público mayor, no podría entenderse de otra manera que como una traición. Así lo entiende él, y la posibilidad de ubicarse en esa (in)cómoda posición lo lleva a la reacción contraria, acirrándose en su propuesta localista, involucionando hacia el interior de las entrañas del DF. Tendencia que se materializaría en una serie de opciones estilísticas en el nivel del lenguaje, de las referencias culturales, en la selección del espacio y en la configuración de los biotipos. Ese será el origen de una novela que, en cierto sentido, puede considerarse como una novela de tesis, donde todo el aparato estructural y estilístico está condicionado por el imperativo de demostrar un presupuesto ideológico. En la tensa dicotomía universalismo versus regionalismo (localismo), Taibo opta por la segunda opción como reacción a una disyuntiva evidentemente mercadotécnica:

El solo concebir esa posibilidad hizo que me echara un mes en el más furibundo complejo de culpa, sintiéndome un reo de lesa traición. En momentos en que el país se andaba zangoloteando, yo podía darme el lujo traidor de irme de vacaciones de patria. Decidí entonces meterme de cabeza en una cura de patria chica, un retorno a la realidad-realidad. Necesitaba escribir una novela con marcas de complicidad, una novela ilegible para cualquiera que no hubiera vivido, aunque sólo fuera por unos días, bajo la lluvia y el smog del DF, una novela llena de referentes cómplices en el lenguaje, en los micropaisajes, en las bromas. Una novela tan defeña, en suma, que no podría vender jamás en Alemania o Estados Unidos. Puede sonar todo muy idiota, pero así fue. (8-9)

Queda en el aire la cuestión de si la novela, al seguir un proyecto programático “a la contra”, concebida como antítesis, no perpetua aquel estilo que pretende negar, pues como reacción o como institución, el modelo “internacional” o “universalista” sigue siendo el referente principal.



La novela, presenta, debido a estas condiciones previas, una doble posibilidad de lectura: por una parte se ofrece como un divertimento, un producto de la cultura popular que los lectores leerán con la intención de divertirse con una historia policíaca un tanto suburbial; por otro lado, en un nivel de lectura algo más especializado, la novela constituye, como hemos mencionado, una suerte de “novela de tesis”, que puede ser analizada como una revisión de las características del género policíaco y del campo literario en general.

Al decantarse por la opción localista y asumir una esencia anti-universalista, se cae en lo paródico y en la carnavalización satírica. Se opta también por una pose marginal, situándose conscientemente en los márgenes de los márgenes del canon literario. Pensemos que en la década de los ochenta todavía estaban vigentes los postulados estéticos del Boom literario, y que la novela policial, especialmente en el campo literario hispano-americano, no constituía sino un género minoritario que todavía luchaba por imponerse como género literario dentro del canon. Actualmente, la novela policial goza de un gran prestigio, pero en una escena literaria dominada por los grandes autores del Boom, el género policial todavía se consideraba como un “bicho raro” junto a otros experimentos formales de la literatura post-Boom.

Se trata de los márgenes del margen del campo literario porque tampoco estamos ante una novela policíaca al uso. Su amplio conocimiento de los mecanismos del género policíaco y su empecinada intención carnavalizadora llevan al autor a desintegrar algunos de los principios del género, subvirtiendo muchas de sus características establecidas.

El autor opta por la vertiente periodística en la elección del protagonista de la novela, en lugar de optar por el detective más tradicional, pero esto no constituye ninguna novedad, ya que desde los orígenes del género encontramos el periodismo muy ligado a las novelas policíacas (por ejemplo, en Los crímenes de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe). La verdadera provocación de esta novela en lo que se refiere a la elección del protagonista-detective es la inclusión de una peculiar mujer como centro del relato, una joven periodista, exponente de una generación de periodistas (que ni siquiera han terminado la carrera) condenados al fracaso. En efecto, Olga Lavanderos es una mujer peculiar, difícilmente encasillable en ningún grupo social. Frente a los modelos de la sociedad del espectáculo, esas mujeres de cuerpos exhuberantes y largas cabelleras, elegantes y sensuales, con las que la protagonista se compara en algunos momentos dejando ver la distancia inabarcable entre el mito y la cruda realidad, tenemos a una joven de carne y hueso, con una fuerte personalidad, de un escepticismo patológico que al final parece ser más una coraza o una máscara, pues la melancolía y el idealismo se abren paso agrietando esa aparente frialdad.



Frente al prototipo del detective masculino, entrado en años, generalmente divorciado y sus problemas con la bebida, Taibo nos entrega aquí una joven de México DF, con una clara conciencia generacional y de clase:

No acaba aquí la historia del juego de llevar la contraria. Alguien me había comentado que yo nunca podría escribir un libro con una mujer en el papel estelar. Bien, pues no sólo una mujer, me dije. Una mujer que resultara toda ella una provocación. Y, además, como yo estaba por cumplir los 40, sería una joven.

Olga Lavanderos es una mujer escéptica, urbana, malhablada y que, en ocasiones, roza o cruza la línea de la vulgaridad. Con su ropa estropeada, pantalones jeans y cazadora de cuero, camisas rotas y el pelo permanentemente desordenado por el casco del ciclomotor que conduce (he aquí otra pecualiaridad de este detective), se maneja a la perfección por la ciudad insomne, a la que se une en perfecta simbiosis. Anti-héroe post-moderna, resíduo generacional, como otras tantas mujeres ella no encaja con los modelos cinematográficos que Hollywood exporta:

Mi moto es un potente vehículo de dos ruedas que si tienes un par de chichis como las históricas de Anita Ekberg puedes manejar sin meter las manos. No es mi caso, com las mías ni tocar la bocina. Una vespaciao que da 35 kilómetros en llano y 10 en subida, gasta mil pesos de aceite y gasolina al mes, arranca de pedalazo y en el puente de Insurgentes hay que ayudarla para que suba. (27)



De manera que esta novela parte de un proyecto “a la contra”, sintiendo que el campo de batalla le pertenece, el autor crea un artefacto auto-referencial y claramente meta-literario, donde ningún elemento resulta gratuito y todo responde a un plan preconcebido:

Esta historia previa para decir que la que van a leer es una novela escrita por amor a la contradicción, mañosa, lepera y absolutamente táctica. (9)


II. “No se pelea bien desde el yo”

Lo que a priori parecería una lucha solitaria e individual de la joven Olga Lavanderos frente al sistema y sus fuerzas de seguridad se acaba convirtiendo en un corre-calles de personajes variados a los que Olga recurre cuando siente que no puede realizar todo el trabajo sola. Se trata de los “mejores” exponentes de su generación, sus ex-compañeros de periodismo, la mayor parte de los cuales abandonaron la carrera para encontrar trabajos de segunda o tercera categoría o para integrarse en el sistema burocrático del gobierno:

Llevaba un par de horas escribiendo una versión libre y resumida del asesinato de la calle Oriaba, utilizando una Olivetti prestada por Jorge fernández, otro de mis compañeros de generación, yucateco y enigmático como policía chino, que ahora trabajaba como burócrata en una extraña dependencia de la Secretaría de Programación y Presupuesto. Su dirección, la de Evaluación y Programas, se había disuelto porque su jefe estaba en campaña política con el candidato del PRI a la gobernatura de Puebla, y él se había quedado solo en unas oficinas de la colonia Nápoles con seis máquinas de escribir, una secretaria, doce escritorios y la función de producir fantasmales boletines de prensa de una dependencia que no existía. (75)

Esta generación recibe un tratamiento especial a lo largo de la novela, erigiéndose en el segundo personaje coral o colectivo de importancia después de la propia Ciudad de México que, como veremos, tiene en la obra una importancia fundamental. Los años de estudiante universitaria han marcado la existencia de Olga Lavanderos, que pese a las precarias condiciones en las que trabaja, no ha perdido la fe en el periodismo, y mantiene contacto con algunos de sus profesores, como Santos, a quien recurre cuando siente que está a punto de perder la fé, porque tiene un discurso salvífico y tremendamente positivo con respecto al periodismo. Sin embargo, viajera de interzonas, Olga Lavanderos, al igual que el resto de representantes de su generación, es una escéptica, ha nacido en una época en la que los ideales y las grandes narrativas se han resquebrajado hasta casi desaparecer:

¿A poco era tan fácil? Carajo, viva el cuarto poder. Sin embargo, no estaba del todo contenta, del todo feliz. Será porque los mexicanos de mi generación, el club de loquelvientosellevó está formado por puros pinches escépticos, que no creen en el Guadalajara ni en las virtudes curativas del té de boldo para el cólico menstrual, mucho menos en los finales felices en technicolor del esmogueado DF. Puro pito. (83)

Sin embargo, la novela está dedicada a la “raza del CEU”, el Consejo Estudianti Universitario fundado en 1986 en la Universidad Autónoma de México para oponerse a ciertas reformas en educación que restringían o dificultaban el acceso a la universidad. De manera que existe un espíritu combativo que, pese a todo, intenta hacerse un lugar entre la juventud del DF. Y la obcecada investigación de Olga Lavaderos tiene que ver, sin duda, con una necesidad de encontrar la verdad, de demostrarse a sí misma que es una periodista y que su profesión tiene algún sentido. Por ello, la sombra alargada de Rodolfo Walsh (“mi generación de estudiantes de periodismo, el club de soñadores apaches amantes de Tom Wolfe y Rodolfo Walsh”), emblema del periodismo de investigación en América Latina, preside esa búsqueda. Sí, hay una historia pidiendo para ser contada, y Olga Lavanderos debe firmar esa crónica. Pero para contar esa historia hay que enfrentar peligros y no puede hacerse en soledad:

No se pelea bien desde el yo, digan lo que digan Stirner, Batman, el Ratón Macías y Nietzsche. Las buenas broncas se avientan desde el nosotros. He aquí, Freud, por qué me andaba enrollando con todos los cuates de la generación a los que había dejado de ver hacía año y medio y que originalmente me revalían madre (…). He ahí, ahí, por qué una anda arrullándose con sus viejos cuates y dejándoles esquinitas en esta historia. Porque nomás se puede pelear desde el nosotros

De manera que, pese a todo el escepticismo y decepción que demuestra esta generación, y Olga Lavanderos en particular, en el filo dentre el bien y el mal, entre el escepticismo y el idealismo, entre la búsqueda de la verdad y la manipulación informativa, el periodismo de investigación parece tener reservado un lugar especial.



III. “La última trinchera”

En palabras del profesor Santos, al que Olga Lavanderos recurre cuando se siente frustrada en relación a su profesión o cuando va avanzando en la investigación y siente que está en peligro inminente, el periodismo

es la última pinche barrera que nos impide caer en la barbarie. Sin periodismo, sin circulación de información, todos levantaríamos la mano cuando el big brother lo dijera. Es la voz de los mudos y el oído extra que dios le dio a los sordos. Es el único pinche oficio que aún vale la pena en la segunda mitad del siglo XX. Es el equivalente moderno de la piratería ética, el aliento de las rebeliones de los esclavos. Es el único puñetero trabajo divertido que aún puede practicarse. Es lo que impide el regreso al simplismo cavernario. (…) Es la clave de la democracia real, porque la gente tiene que saber qué está pasando para decidir cómo se va a jugar la vida. (…) Es también el refugio de las ratas, la zona más contaminada, junto con las fuerzas policíacas, de nuestra sociedad. Un espacio que se dignifica porque lo compartes con los tipos más abyetos, más serviles, más mandilones, más corruptos. (56)

Esta descripción del oficio de periodista es dual: por una parte, constituye una práctica de gran valor social, garante de la democracia real, formadora de conciencias críticas y protectora ante la manipulación ideológica; pero, por otra parte, el periodismo es el “refugio de las ratas”, la profesión donde lo más abyecto se cobija. El periodismo, en cuanto instrumento social, depende del uso que se hace de él y de los intereses a los que sirve.

Frente al discurso teórico del profesor, nos encontramos en la novela con la descripción de la realidad del universo periodístico, en el que destacan las burocráticas redacciones de los diarios, jefes que dirigen el lugar de un modo tiránico y brutal, la insolidaridad y la competitividad reinante, las fronteras de lo que se puede y lo que no se puede decir, la insana connivencia entre los medios de comunicación y los poderes públicos y privados. En este sentido, la redacción del diario para el que trabaja Olga resulta bien ilustrativa:

– Olga Lavanderos, es usted una pendeja, una fondonga y se me va a la casa de su repuñetera madre com dos días de castigo -me dijo, aquella mañana en que empezó esta historia, el jefe de redacción, un mancuarro al que no se le podía acusar de machista, porque insultaba parejo a hombres y a mujeres; y al que le habían valido madre todas mis explicaciones sobre la sinusitis y la conjuntivitis que me traían a mal vivir y que me habían obligado a faltar tres días. (…)
¿Olguita, usted estudia o trabaja? No, fíjese joven, yo me hago pendeja en el diario La Capital, que es donde trabajaría Clark Kent si Kafka hubiera escrito los guiones de Superman. (14)

Destaca en el fragmento citado la comparación entre el diario de Olga Lavanderos y el diario para el que trabaja Clark Kent, lo que automaticamente abre una serie de paralelismos muy gratos para el estilo ecléctico y lleno de referencias culturales del libro: La identificación entre Clark Kent y Olga Lavanderos lleva también a la identificación entre ambos jefes de redacción. Olga Lavanderos aparece caracterizada, de este modo, como una super-héroe, claro que reducida al absurdo por la mirada kafkiana. Añádanse unas grandes dosis de carnavalización y, entonces, tenemos la redacción del diario La Capital.



De todos modos, Olga Lavanderos se toma muy en serio su trabajo. Investiga personalmente, acude a sus contactos, verifica y contrasta personalmente las informaciones y se juega la vida para encontrar la verdad de los hechos. Mientras que percibimos la desordenada vida que lleva, en lo que se refiere a su profesión su comportamiento es intachable. Cuida mucho la redacción de sus reportajes y crónicas, pule sus artículos, pide segundas opiniones, se preocupa por el lector a quienes van dirigidos sus textos y explica metódicamente no sólo el proceso de redacción del texto, sino también la estructura y el lenguaje que utiliza. Mientras que generalmente se expresa de manera vulgar y ciertamente escatológica, a la hora de redactar sus textos, su estilo es elegante y sobrio. Por otra parte, suele leer a los otros redactores realizando críticas sobre sus textos:

El Roñas” era un prodigio del materialismo vulgar, pre-marxista; cualquier mierda que le contaran sus amigos de la Procu, la volvía un hecho sólido con un par de adjetivos de premio. Perdía el sujeto a mitad de las oraciones, cambiaba de tema en el centro de un párrafo y no sabía rematar los artículos. Hubiera hecho las delicias de mi profa de redacción de la uni, lo hubiera agarrado de puerquito. Aun así lo leí con cuidado. (…) Faltaba para acompañar a las crónicas del Roñas un editorial de alguno de los tarados acólitos de Octavio Paz que explicara cómo la magia chingadora estaba en la esencia de los mexicanos y la crisis social la hacía aflorar. Divino. (…) Me seguí con la colección de diarios de la competencia. (…) Solo valía la pena una nota de El Universal. El reportero describía con placer malsano (como el mío) los destrozos hechos en la humanidad de los cinco difuntos y tomaba al vuelo frases de los policías que participaron en el rescate de los cuerpos. (43-44)

Una vez asumida la difícil couyuntura del periodismo y su función en la sociedad, a Olga Lavanderos sólo le queda seguir adelante con su investigación, seguir, pese al riesgo de perder la vida, aún con las amenazas y las extorsiones. Porque aunque todo parezca a su alrrededor de mentira, un tanto artificial y calculado, Olga se considera a sí misma, ante todo, una periodista.
III. “No hay que buscarla, ella te encuentra”

El capítulo VI de esta novela alcanza un gran nivel poético y simbólico. En este capítulo, de unas tres páginas de extensión, la acción se detiene y el protagonismo pasa exclusivamente al DF. La ciudad-personaje recibe aquí un tratamiento casi sobrenatural. Anteriormente, ya se nos ha descrito la ciudad como a un ser vivo, en perpetua transformación, pero ahora se nos ofrece un cuadro poético según el cual la violencia que se desarrolla en ella no es nueva, sino que tiene que ver con las huellas de su proceso histórico. Sin embargo, y pese a la obviedad de la relación de las culturas pre-hispánicas con los rituales funerarios y con los sacrificios humanos, en este capítulo se cifra el origen de la violencia en la invasión de los conquistadores y el establecimiento del Tribunal de la Santa Inquisición. Ahí estaría el origen de una “fructífera” relación entre la ciudad y la violencia.

Acudiendo a licencia poética de la enumeración caótica, e intercalando los hechos violentos propios de la sociedad moderna con elementos ciertamente surrealistas de carácter natural, en los cuales la naturaleza invade la urbe, el autor consigue un efecto apocalíptico que ya ha aparecido en otras partes del libro, si bien alcanzado con otros recursos estilísticos. Aquí, la intención carnavalesca y satírica cede el lugar a un discurso poético de ritmo trepidante y alusiones diversas:

En las tardes, la selva entra por la ciudad y de repente un tronco rompe el asfalto. Un jaguar com los colmillos ensangrentados cruza paseando por la alameda. Una camioneta blanca del DDF, de la que cuelgan unos musculosos adolescentes, se detiene en una esquina y éstos se descuelgan y comienzan a golpear a una vendedora ambulante, patean la fruta por el suelo, persiguen golpeando con tubos a un vendedor de hotcakes, roban un tendido de chicles, abofetean a un niño. Dos chacales devoran a mitad del periférico los restos sangrientos de un atropellado albañil. En la colonia Cuauhtémoc, una banda de ex-policías entra al banco, donde una anciana vendedora de lotería está sacando seis mil pesos de una cuenta de ahorro, y la dejan seca con una ráfaga de ametralladora, porque les estorba la visión de la caja principal. Las hormigas se comen los ojos de un jugador de futbol llanero, a medio enterrar entre las ruinas de las casuchas de una colonia de tomatierras, que han sido demolidas por bulldozers apoyados por la montada… (47-48)

En efecto, Mexico DF es un personaje colectivo, la megaciudad es la gran protagonista de la novela. Junto a ella, a veces en extrañas simbiosis, Olga Lavanderos, infusorio corretea por las entrañas del complejo entramado urbano. Esta ciudad es un ser vivo en contínua transformación. Un gigante que no para de crecer. Olga contempla la ciudad “desde el piso más alto de la torre más alta de la unidad Plateros”, e imagina que la posee. Allá abajo sabe donde esconderse y a qué puertas debe llamar. Cuando empieza a investigar y su vida corre peligro, ella abandona su casa y se lanza a las calles. En sus arterias se siente segura. Al igual que practicamente todos los personajes del libro, está marcada por su identidad “defeña”.

IV. Un maldito totum revolutum

Entre las críticas y acusaciones a la cultura de masas por parte de los “apocalípticos” citadas por Umberto Eco en Apocalípticos e integrados (1965, 64-66), destacan las siguientes:

b) (…) al difundir por todo el globo una cultura de tipo homogéneo, destruyen las características culturales propias de cada grupo étnico.
c) Los mass media se dirigen a un público que no tiene conciencia de sí mismo como grupo social caracterizado; el público, pues, no puede manifestar exigencia ante la cultura de masas, sino que debe sufrir sus proposiciones sin saber que las soporta. (…)
h) En todo caso, los productos de cultura superior son propuestos en una situación de total nivelación con otros productos de entretenimiento (…)
i) Los mass media alientan, así, una visión pasiva y acrítica del mundo. El esfuerzo personal para la posesión de una nueva experiencia queda desalentado (...)
o) Los mass media se presentan como el instrumento educativo típico de una sociedad de fondo paternalista, superficialmente individualista y democrática (…). Aparece una típica superestructura de un régimen capitalista, empleada con fines de control y de planificación coaccionadora de las conciencias. De hecho, ofrecen aparentemente los frutos de la cultura superior, pero vaciados de la ideología y de la crítica que los animaba. Adoptan las formas externas de una cultura popular, pero en lugar de surgir espontáneamente desde abajo, son impuestas desde arriba (…). Como control de masas, desarrollan la misma función que en ciertas circunstancias históricas ejercieron las ideologías religiosas. Disimulan dicha función de clase manifestándose bajo el aspecto positivo de la cultura típica de la sociedad del bienestar, donde todos disfrutan de las mismas ocasiones de cultura en condiciones de perfecta igualdad.

En Sintiendo que el campo de batalla... encontramos numerosas referencias a los mass media, no sólo en la descripción del imaginario de los personajes, especialmente de Olga Lavanderos, en la cual estos efectos perniciosos descritos por Umberto Eco no se dejan notar de un modo tan claro (ya que en ella conforman algo así como una dimensión miscelánea de productos culturales organizados sin orden ni concierto), sino también en su calidad de vectores que regulan la educación de las personas, con una gran fuerza homogeneizadora. Por ejemplo, cuando Olga, en su apurada fuga sale con Toñín y pide auxilio en casa de su ex-compañero Alejandro Vélez, se produce el siguiente diálogo:

¿Oye, por qué este niño habla como escritor de Mozambique?
No sé, influencias de Televisa., probablemente. A mí me suena más bien a futbolista brasileño.

Ante lo cual, el niño dice: “– Ya ´ámonos, Olguis, ete cuate muy pendejo”.

La respuesta de Olga ofrece un ejemplo más cercano para la forma de hablar del niño, que presumiblemente pasa horas ante el televisor. Para ella, su forma de hablar se parece a la manera de hablar de los futbolistas brasileños, donde queda claro que el fútbol es lo que más mencionan los medios de comunicación de masas cuando hablan de Brasil, ofreciendo otra vez una visión simplificada y típica de la realidad.

Otro ejemplo de la acción regulador del pensamiento por parte de los mass media lo vemos en el siguiente fragmento:

No menos cadáver era la desconocida abogada Margarita Campos, que a sus 43 era la jovencita del grupo de alegres burgueses de tercera que se metían nieve por las narices y jugaban a la parranda con santa claus y los reyes magos, mientras que los veían por la ventana, consumidores impenitentes de fotonovelas trágicas, pensaban que allí estaban en mitad del vudú con música de mambó, o reviviendo rituales aztecas con fondo de Beethoven. (68-69)

Vemos aquí a las clases populares representadas como facilmente influenciables por los medios de comunicación de masas. Se las presenta como bastante dadas a aceptar cualquier mito y proclives a creerse, sin dudarlo ni un momento, la versión oficial de los hechos. Por otra parte, este fragmento es revelador de la acción niveladora de los mass media con respecto no sólo a la cultura superior y la cultura popular, sino también de la historia y de la cultura pre-hispánicas, lo cual se expresa en una fusión de elementos pertenecientes a muy diversos ámbitos culturales: “reviviendo rituales aztecas con fondo de Beethoveen”.

En la novela encontramos una superabundancia de referencias culturales, que terminan constituyendo un totum revolutum hiper-intenso donde los productos culturales propios de las diversas esferas y formaciones sociales (superior o de élite, media, popular, filosofía clásica, etc…) se entremezclan de forma aparentemente caótica. En principio todo surge de la mente de la protagonista, con lo que Taibo nos ofrece un fresco o, mejor dicho, un collage, de los referentes culturales que actúan en el consciente-subconsciente de Olga lavanderos y, por extensión, en toda una generación de mexicanos que vivieron su juventud en los años ochenta. En cierto sentido, nos encontramos aquí con otra dimensión de la crítica cultural realizada por un mexicano ilustre, Carlos Monsivais, que en sus crónicas y estudios recurre al imaginario popular citando, de manera entremezclada, los más diversos productos culturales, con el objetivo de analizar algo así como la identidad mexicana. Veamos otro fragmento:

No se pelea bien desde el yo, digan lo que digan Stirner, Batman, el Ratón Macias y Nietzche. Las buenas broncas se avientan desde el nosotros. He ahí, pinche Freud, por qué me andaba enrrollando con todos los cuates de mi generación (…). He ahí sabio Cicerón, sabio Metelo y sabio Sacalo, sabio Fromm where, sabios Padentro y Tecentro (…). ¿Y entonces, mi buen? Me pregunto, se pregunta, la buena Olguita Lavanderos, venida a menos, menguadita por el miedo. La “parasiempre”, mientras cual mariposa encandilada (Agustín Lara de nuevo, ¡dios mío!) por los neones de San Juan de Letrán, hoy masmejor Lázaro Cárdenas, va rumiando la chinga que le espera. (69)



Tenemos aquí un alegato en contra del individualismo (¿nihilista?), simbolizado por referentes culturales diversos, donde apreciamos una nivelación entre cultura popular, cultura propia de los mass media y cultura superior o alta cultura. En este fragmento, Batman y el filósofo alemán Stirner (que investigó acerca del egoísmo) sinifican lo mismo; otro tanto ocurre con el boxeador mexicano “el Ratón” Macias y Nietzche. Todos ellos ejemplifican el individualismo y la lucha feroz del yo, en solitario (tan característica, por otra parte, de la existencia en el mundo capitalista), frente a otras formas de lucha solidarias o colectivas. El totum revolutum se alcanza cuando, en pleno desvarío de referencias culturales, el autor entremezcla nombres de autores reales con otros nombres inventados, transformando paródicamente las nomenclaturas: “Sabio Metelo y sabio Sacalo, sabio Fromm where, sabios Padentro y Tecentro”. Aún más, el cuadro se completa cuando el propio discurso de la protagonista se contagia con los ecos de las canciones del cantante de boleros mexicano Agustín Lara, lo cual le lleva a cambiar bruscamente la divagación melancólica para el registro escéptico de la jerga defeña que mejor la caracteriza: “va rumiando la chinga que le espera”.

Como en una centrifugadora cultural, los más diversos productos culturales giran entrelazados. Existe una fetichización de la cultura característica de la posmodernidad, donde elementos y productos, ya sea de la alta cultura, o de la tradición hispánica, o incluso propios de los bajos fondos de la sociedad, se vacían de su contenido socio-histórico, se les borran sus referencias y sus señas de identidad y se convierten en un fetiche propio de la época de la reproductibilidad técnica (parafraseando a Walter Benjamin): objetos de consumo listos para el mercado, listos para circular en los circuitos culturales junto a los productos (tipos y modelos) de la industria hollywoodiense, los elementos de la cinematografía mexicana de los años cincuenta y sesenta (donde la industria mexicana competía en esplendor con la norteamericana) e, incluso, junto a formas convenientemente moldeadas y adaptadas de las culturas pre-hispánicas que, bajo el filtro de la representación moderna, ya pueden figurar como mercancías capitalistas reproducibles en serie.




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