Hoy siento el privilegio
de pertenecer a una cofradía alquímica. Este es un gremio de
orfebres que, ahora lo veo, me ha salvado muchas veces
de caer en las oscuridades de un trauma psico-social: el individuo
inmerso en una sociedad de valores distorcidos, competitiva y
superpoblada, que dificulta sobremanera el sentimiento de pertenencia
al colectivo de las personas.
En efecto, la poesía es un
trabajo de artesanos, un oficio manual, una profesión que sólo
puede ser vocacional. Todos los agentes envueltos en el sistema
poético cuentan, también el lector (o espectador), que quizás es
el elemento que completa el círculo y a veces es tan difícil de
encontrar.
La poesía no es sólamente
un bien comercial, antes bien, constituye una forma de vida, una
actitud ante la existencia, un filtro que transforma lo que la
cámara-pupila capta.
Por eso el prodigio del cine:
materializar la subjetividad mediante un ojo mecánico y radicalmente
neutral.
Y por eso también se
entiende que la poesía trasciende el sistema lingüístico escrito y
oral, y permea todo arte, hasta invadir también cualquier
manifestación cultural hecha con amor.
La poesía no atiende a
dilemas morales. Ella está por encima del bien y del mal. Le gusta
desnortar al animal interior que, en palabras de Franco Battiato, no
nos ha dejado nunca ser felices.
En esta sociedad, el cultivo
de la poesía necesita de mucho amor y constancia, es un trabajo
especialmente solitario sin rendimientos corto-placistas. Sólo el
respeto por el engranaje poético, maquinaria ciertamente compleja, y
la humildad del principiante (que siempre somos) eleva el pasaje del
héroe-poeta por sus infinitos universos.
Constituye un camino
iniciático, una búsqueda, con sus malos y buenos momentos. Es un
viaje lleno de celadas, pruebas y alumbramientos.
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Oficina
do ourive
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