martes, 22 de enero de 2013

Tercera Regional

Mientras escribía estas líneas se jugaba la Eurocopa 2012, por la televisión había visto a toda aquella gente disfrazada con los colores de su país, con enormes gorros y el cuerpo pintado. Un gran carnaval encubriendo la macabra realidad. En los prolegómenos del partido entre la anfitriona, Polonia, y Rusia, ya se sabe, cuentas pendientes de la segunda guerra mundial, heridas sin cicatrizar, porque la verdad es que con Polonia no hubo piedad, la trataron como una puta pasándosela de mano en mano y la violaron por delante y por detrás, por eso hubo algunos altercados entre las aficiones y muchas detenciones. Mientras el balón rodaba por el césped, Grecia está a punto de abandonar la Comunidad Económica Europea, y, ironías del destino, en un par de días se enfrentará a Alemania en la Eurocopa. Portugal, Italia y España han sido también intervenidas en mayor o menor medida. La juventud de estos países, desesperada, hace de tripas corazón y se marcha en masa al extranjero para buscarse la vida. Mientras rueda el balón en el rugiente estadio, la sociedad del bienestar se desmorona y las naciones entregan su soberanía. Los ciudadanos observan atónitos los acontecimientos, los ajustes estructurales enflaquecen al Estado y se sienten desamparados. Se reúnen, sin embargo, en los estadios, porque mientras ruede el balón nada está perdido.

El revanchismo y ciertos temores atávicos hacen mella en los corazones. Los aficionados griegos sueñan con eliminar a Alemania en el terreno de juego, precisamente porque los teutones dominan la escena política y económica europea; y, para colmo, mientras el país agoniza, la selección española cosecha triunfos.



3ª de Regional, 1995

1

Todo es precario, sui generis, local, particular. Frente a la tendencia globalizadora, en esos niveles se mantiene a veces casi incólume, intocado, el pintoresquismo de tierras y gentes. Pueblos replegados sobre sí mismos, cuyo contacto con el exterior se renueva cada domingo a causa de la liga de futbol. Son viajes de tres horas a lo máximo, y no se abandona nunca la comunidad, pero para ellos es un hilo conductor que los relaciona con sus semejantes, unos pueblos más allá. Igual que ciertas ferias agrícolas y fiestas gastronómicas, el fútbol sirve para mostrar las habilidades de cada uno, el aspecto lozano de la juventud andurrial, los mejores ejemplares de la genética lugareña.

En las fiestas gastronómicas, el pueblo ofrece al forastero sus mayores tesoros: sus destilados medicinales, su forma de explotar la biosfera usando aquellas especies que más abundan a su alrrededor, ya se trate de pulpo, berzas o empanada de chocos. En el fútbol, sin embargo, la lucha es a muerte, aunque sólo sea simbólicamente, el enemigo está sobre vigilancia y salen a relucir disputas y riñas ancestrales. Es el fútbol de tercera regional: durante la semana las vacas pastan del césped y la directiva se ahorra un dineral en máquinas. Los autobuses del equipo rival sufren para llegar al descampado, pues los caminos son estrechos y están llenos de curvas, y algunos aficionados no pueden quitarse la sensación de que desearían salir de allí cuanto antes.

Durante el partido, no se sortea dinero como suele ser habitual, sino una cabra, o un cerdo, o una pata de jamón. Detrás de los vestuarios visitantes hay un gallinero ruidoso y sucio, cuyos efluvios entran en el vestuario por una pequeña abertura en la pared. Cuando hay bronca, a la salida es mejor revisar los vehículos, es probable que hayan colocado vasos rotos o clavos detrás de las ruedas.


2

Liga semiprofesional, donde la nuca del linier suda y se ofrece como blanco perfecto para el proyectil o la punta metalizada del paraguas, que propinar puede un golpe certero y casi mortal, y después escabullirse desapercibido. Hay alguien que espera al hombre de negro a la salida, la Guardia Civil observa la escena. Es la pesadilla de los árbitros, se repite cada domingo, en una entrega suicida que no se entiende que pueda ser vocacional. Le insultan, lo zarandean como un muñeco de trapo, lo amenazan y amonestan, le mentan hasta la madre y después lo intentan agredir. Sin embargo él, constante, imperturbable, se entrega una y otra vez, donde nadie lo quiere, patético remedo de autoridad cívico-militar. Si los allí presentes son soldados, déjalos batirse en duelo alegremente sin normas ni adoctrinamientos, pues la fuerza bruta no se atiene a legislaciones trasnochadas.

Quizá por eso, por encontrarse inmersos en tal encrucijada vital, con un trabajo más o menos agotador durante la semana, y esperando que llegue el domingo para que todos te muestren sin pudor cómo te odian, los árbitros han desarrollado una extraña habilidad mental. Son psicológicamente inmunes a las críticas de los demás, hasta el punto que son capaces de, como se dice vulgarmente, sacar fuerzas de flaqueza, y aprovechar toda aquella energía en su favor.

El árbitro comparece al campo armado con una coraza mental, dispuesto a bloquear ciertos canales que vehiculan la carga emocional negativa y haciéndose fuerte en cada decisión pese a los oprobiosos insultos que escucha por parte de ambos bandos. No hay margen para la duda. Cada uno tiene sus tácticas y sus estrategias, su pose y su punto de articulación, su tonalidad exquisita o vulgar, con actitudes que van de la cálida amistad a la fría autoridad.

Aúan así, pese a su rigor estoico y su apariencia mística –el blanco de la piel contrasta con la negra austeridad del uniforme– los hay más violentos y agresivos, que han aprendido algún tipo de arte marcial, o que asisten a cursos de autodefensa personal. Para ellos el partido del domingo es el campo de prácticas perfecto. Se le llama el juez, pero también el cuervo, la viuda, el hombre de negro.

El caso más paradojal es el de las mujeres-arbitro, las cuales, contra lo que se suele afirmar no responden necesariamente al prototipo de la mujer hombruna, fea y sin encantos. Aunque ese tipo también existe, recuerdo casos de jóvenes mujeres de delicadas facciones y pelo largo, con piernas, eso si, bien torneadas por el deporte, que no despertaban violencia, sino acato, que emanaban autoridad en el terreno de juego, y por lo general se hacían respetar. Comentarios jocosos siempre aparecen, sobre todo entre el público ocioso.

Los árbitros, que se supone se han preparado para su tarea, pasean su estampa decadente por los terrenos de juego como si fueran los representantes de la ley, y el pueblo sin dudarlo los asimila como el centro de todas las sospechas, capaces de convertir una victoria probable en una cruda derrota, la amenaza de apaño y de chantaje siempre subyace, de uno y otro lado se observa minuciosamente su trabajo y sistemáticamente se boicotea su autoridad. Pero al mismo tiempo, sobre todo en los prolegómenos y en los primeros instantes del partido, se les trata con deferencia, con exceso de mimo y cuidados exagerados.


3

Ya he visto, en algún campo peregrino, en el medio de la nada, protegido por una espesa muralla vegetal, escrito en el placar de las llaves: «arbrito», y otros vocablos no menos curiosos que demuestran la existencia de una escritura fonética a contramano de cualquier acuerdo ortográfico: «valones», «botano»… Estas aberraciones ortográficas son ejemplo de dos cosas: principalmente constituyen un documento muy interesante para estudios dialectales, una muestra espontánea del habla en cuanto a su uso, como se puede apreciar en la metátesis de la palabra «arbrito», y por otra parte, nos da una idea del tipo de personas que frecuentan estos lugares, su grado de alfabetización y su forma de ver el mundo, habitantes de los interpueblos, esos lugares dispersos entre ciudades, algunos de los cuales caen muy lejos de las principales vías y autopistas, y que a falta de mayores riquezas naturales, recogidas en el interior, sin empresas ni actividad económica, se van aislando y replegándose sobre sí mismas. De esta manera, no se contagian de las nuevas modas urbanas, y su lenguaje, endémico, cerrado, evoluciona hacia formas insólitas y soluciones absolutamente autóctonas.

En realidad, pocos pueblos van quedando como este, porque desaparecen cada vez más rápido, sobre todo si no se encuentran bien ubicados y no pueden ser usados como ciudad dormitorio, proceso que si bien implica una segura pérdida de identidad por la afluencia masiva de foráneos, asegura la permanencia de la aldea, pueblo o villa.


4

Existen jugadores especiales, parecería que tienen una cita con la gloria, lo que pasa es que a veces la responsabilidad los supera. En muchas ocasiones, se trata de individuos problemáticos, tanto dentro como fuera del campo, confirmando una constante universal de que los genios son invariablemente conflictivos y tumultuosos. Frente al prototipo del jugador voluntarioso, el Diez actúa a su manera, sin presiones estadísticas, depende de una genialidad asistemática y fluctuante, una forma de sensibilidad que está directamente ligada al estado anímico.

Para mí, el mayor diez de todos los tiempos no ha sido Maradona, ni Messi, ni ningún otro diez de los conocidos mundialmente, para mí el mejor diez fue Javucho, y nunca olvidaré lo que significa sentir que alguien es capaz de hacer lo que otros ni siquiera pueden llegar a imaginar. Elijo a Javucho, no por un énfasis localista, sino porque él me hizo sentir, en varias temporadas, lo que es brillar bajo la luz del diez. Javucho era un tipo que llamaba la atención, de larga caballera rubia, piernas largas, bastante delgado y alto. De sus botas salían jugadas como de la chistera del mago conejos. Y después era capaz de tirarlo todo por la borda en un momento, porque a veces, por cualquier motivo peregrino, le daba un ataque extraño y comenzaba a insultar o a agredir a discrección. Sin embargo, cada domingo, cuando no estaba amonestado, el diez llevaba su nombre, y los demás salíamos al campo sólo para admirarlo.

Con el tiempo, cuando tuve suficientes datos, empecé a comprenderlo, una situación familiar complicada, sin referente paterno, forjaron una personalidad en la que no había límites ni fronteras, y era capaz de pasar de la alegría al odio en apenas unos segundos. Tarde o temprano, aquella joya del futbol mundial, dejó de practicar el amado deporte, se buscó un trabajo y parece que lejos de los campos aprendió a madurar, se perdió un futbolista, pero se ganó un ciudadano.

Tenía un carácter difícil, era violento e incontrolable, la pesadilla de cualquier entrenador, cada cierto tiempo salía expulsado y se perdía varios partidos. Era como si toda la angustia reprimida, los malos momentos, la desestructuración social que veía en su familia, estallase en cada gol, en cada veloz jugada por la banda, en cada patada a destiempo, en cada insulto, bofetón, golpe o escupitajo. Y sin embargo, lo queríamos, lo admirábamos, por su libertad galopante, porque decía siempre lo que pensaba, porque no cumplía las órdenes, porque no le importaba nada lo que pensáramos, porque era valiente y arrogante, por su zurda de oro.


5

Llegas al equipo y ahí está él, te han contado algunas de sus historias, cuando estuvo a punto de…, cuando casi consiguió... Después de la enésima lesión, regresa, tiene que vendarse los tobillos y a veces la rodilla se le resiente, visiblemente cojea, pero cuando sale al campo es una maravilla verlo, la precisión de sus movimientos, su toque de balón, su elegancia, sus dotes de mando y organización. Sacará al equipo de terribles situaciones, meterá goles y repartirá oportunidades entre sus compañeros, con la vitalidad de un joven. Ese jugador tendrá su propia área de influencia, lo rodean los muchachos para escuchar sus historias singulares, y podrá incluso cuestionar al entrenador cuando este se equivoque.

De jugador veterano a vieja gloria no hay ni un paso, es un proceso gradual, cuando el jugador se retira, todo será sucedáneo de fútbol, las pachangas en la playa, los partidos de veteranos. Solo le queda permanecer en la memoria de los paisanos por un tiempo, hasta que llegue un momento en que algún muchacho pregunte por el hombre de la fotografía y nadie sepa qué contestarle.


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El portero loco se llamaba Charli

Capaz de no cubrirse el rostro ante el inminente impacto de un balón incandescente. El jugador suicida, que grita a sus compañeros de equipo como si fueran esclavos o tontos del culo, sobre todo a los dos centrales y a los laterales. Ese mismo que salva los partidos jugándose el tipo, que es capaz de enmudecer a todo el mundo cuando tiene un despiste. Tiene un entrenamiento específico, experimenta un proceso de segregación y de inactividad intermitente que lo conduce a estados mentales extraños.

En el terreno de juego, sólo a él se le permite tocar el balón con las manos. Esto lo convierte en especial. Son por lo general, aunque no siempre, bastante torpes con el pie, y realizan piruetas y cabriolas para hacerse con el esférico. Un portero puede pasarse un partido entero como un observador más bajo un aguacero, sin embargo tiene que estar preparado para plantarle cara a un balón dividido, para afrontar un córner, para detener un chute. Un partido sin portero es una pachanga, un mero juego, el fútbol pierde su sentido. Sin embargo, en los partidos de barrio es habitual que esto ocurra, y muchas veces se convierte en un peloteo sin porterías. El portero, es uno de los jugadores más importantes, y generalmente se le supone una autoridad cercana a la del capitán del equipo. Él también puede distribuir tácticamente a los jugadores, actuando como una prolongación del entrenador dentro del campo, pues se ubica en una posición central y su radio de observación abarca todo el terreno de juego.


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Tipos de entrenadores: fanáticos, experimentales, teóricos, déspotas, colegas…

He tenido entrenadores de todas las fomas y colores, tímidos y reservados, violentos y autoritarios, gritones y escatológicos, profesionales y excesivamente tácticos.

El entrenador-tarugo, por ejemplo, fue mi primer entrenador, yo contaba, por aquel entonces, siete añitos. Se caracterizaba por en entrenamiento físico, nunca teórico, táctico o con balón por medio. Su cuerpo no lo desmiente, su rostro es la viva imagen de la violencia, recuerda al Trinilotrueno de Mortadelo y Filemón. En la misma categoría de entrenadores de niños se encuentran aquellos que quieren construir un hombre a cualquier precio. Son los cívicos y jerárquicos apóstoles de la escuela del futbol. Hostigadores y tiranos, aunque su comportamiento tenga como objetivo preparar a los muchachos para la vida real, sus métodos son terribles. Aprietan las clavijas al máximo, y el jugador debe mantener el tipo pese a la presión. En ocasiones encubren un yo interior bien diferente, por ejemplo Bocazas, que tenía un hijo hidrocefálico entre otras situaciones conflictivas, y probablemente en su casa, en la vida íntima, era una bella persona.

El sargento metódico. Con este tipo de entrenador, los entrenamientos tienen semejanza con los ejercicios militares, el entrenador exige concentración máxima y actitud de entrega, la titularidad se gana palmo a palmo, demostrándole al entrenador que la mereces. Cuando termina el entrenamiento, el entrenador se relaja y descontrae, hasta el punto que parece mentira que ese mismo indivuduo campechano estuviera hace apenas unos minutos dictaminando una disciplina ejemplar.

El teórico. Forjados en bibliotecas y cursos de entrenador, la característica común a la mayor parte de estos entrenadores es que no han tenido éxito jugando al futbol, o bien ni siquiera lo han intentado. Superan su complejo de inferioridad gracias al estudio constante y pretenden que los jugadores lleguen a comprenderlos, lo qual suele ser difícil, pues la mayoría de los jugadores de futbol se jactan de su ignorancia y desprecian cualquier forma del saber. Sócrates decía que los jugadores deberían ser obligados a estudiar en las concentraciones, y en su vida diaria, y razón no le faltaba. Para muestra, un botón: Guardiola, triunfador como jugador y como entrenador, un tipo educado y culto que puede permitirse ganarlo todo con el Barcelona y tres años después largarse de año sabático a Nueva York.

En conversaciones con un Bruño, amigo brasileño, he llegado a la conclusión de que el futbol es más anárquico y asistemático en Brasil que en Europa, donde el dibujo táctico tiene una importancia fundamental. Resulta remendamente curioso que haya sido en España –si bien en Barcelona– y no en los países nórdicos, donde el diseño táctico se ha convertido en la piedra angular y nos conduce al futbol total, un tipo de futbol tan perfecto que es aburrido, porque el control del balón por un solo equipo atenta contra la base del futbol tradicional. Si sólo un equipo toca el balón, entonces no hay contacto físico, sólo el cansancio de quien lleva todo el partido corriendo detrás de la pelota. Sin embargo, en categorías como la que nos ocupa, la tercera regional, el nivel táctico deja de ser tan importante y otros factores, como la forma física o el pundonor pasan a tener más importancia.

Los entrenadores teóricos llenan pizarras y pizarras de esquemas y flechitas, con círculos y números como si fuera alquimistas, tahures o geómetras, y cuando no la tienen a mano, trazan con piedras en la arena cuadrados, rectángulos o triágulos, mostrando el dibujo técnico del equipo. Hay que ver la deshazón del entrenador teórico, cuando sus jugadores salen al campo y se olvidan completamente de la lección.

Estos entrenadores no suelen formar parte de las pachangas y partidillos, y raramente toman partido en las actividades y ejercicios que ellos mismos proponen, a diferencia del siguiente subtipo de entrenadores que veremos, el entrenador-jugador, que mantiene en casi todo momento una posición de igual a igual con el jugador.

El entrenador-jugador aparentemente es uno más en el equipo, si no fuera porque de él dependen las alineaciones, los cambios y, en fin, todo aquello que tiene que ver con el desempeño futbolístico del equipo. Invariablemente se trata de jugadores que se resisten a retirarse, pero que a lo largo de su carrera han conseguido un renombre y una experiencia que les permite hacerse con las riendas de un equipo. Cuando es necesario, generalmente en los últimos minutos del partido, el entrenador decide salir al campo. Este tipo de entrenadores, debido a su protagonismo extremo, experimentan un profundo desgaste y generalmente no duran mucho en el puesto.

El entrenador-amigo es un especimen peligroso, no es un padre, no es un jerarca al estilo tradicional. Tiene dotes como picoanalista y busca, ante todo, la motivación de sus jugadores, para ello tiende a manipularlos con todo tipo de frases y actos que nunca son gratuitos. Intenta solucionar tus problemas y si hace falta te puedes quedar a dormir en su casa. Creemos que en esto del fútbol es conveniente mantener las jerarquías claras, un entrenador nunca será un jugador, un padre jamás será un hermano o un amigo, así como tu novia no puede ser a la vez tu madre.

El hooligan. Prototipo: Mourinho. En las primeras ligas, tiene mucho de teatro y de pose transgresora. En tercera regional se trata más bien del típico bruto que satura a los colegiados con sus reproches constantes y que, a veces, en momentos puntuales puede desencadenar una explosión en cadena. En rigor, el carácter del equipo, en tanto colectivo de complejos haces de relaciones, depende del entrenador, quien desde un principio establece las directrices básicas de socialización, la forma de presentarse, etc… La edad de los equipos varía mucho, y el número de jugadores veteranos es importante para prolongar y extender la autoridad del entrenador. Si un entrenador tiene a los veteranos del equipo como aliados, no habrá problemas, todo marchará correctamente. En los equipos donde faltan jugadores veteranos, el entrenador debe extremar la precaución y transmitir, desde el principio, un mensaje de autoridad. Si un entrenador es mesurado, diplomático, elegante, es de suponer que su equipo transmita esa misma imagen.


8

El «encargado», ¿encargado de qué? De todo y de nada, porque no tiene una alta jerarquía y se ocupa de todas las cosas prácticas, desde colocar la ropa hasta preparar un café. En caso de bronca, y en tercera regional son muy comunes, suele llevarse siempre el primer golpe.


9

Los directivos. Generalmente son empresarios de tercera o cuarta categoría, pero se han hecho un nombre en el pueblo y ese puesto de directivo les permite mantener la atención de los vecinos y alejarse de su mujer, preparando unas fiestas de cuidado, en no pocos casos con el propio dinero del club. Puedes verlos cualquier domingo apleno sol tomándose un chupito de güisqui sin hielo, y se rumorea que son clientes habituales de las casas de putas de la zona. En esto, como en todo, hay proporciones y niveles. En las primeras ligas , los directivos, especialmente el Presidente, tiene la aureola de un alcalde y, en el caso del Madrid, del presidente del gobierno. En Barcelona el caso de Laporta es paradigmático: lider nacionalista que a cada tanto amenaza con presentarse a la presidencia de la generalitat. Los directivos de preferente y regional no aspiran a tanto.


10

Los masajistas:

El primer masajista que recuerdo era todo lo contrario de un estereotipo. Pequeño, de avanzada edad, lleno de arrugas y de escasa educación. Trabajaba como masajista desde tiempos inmemoriales, amasando los músculos de los deportistas como si se tratase de hogazas de pan. El calor lo producía una gran bombilla pintada de rojo así como algunos mejunjes aplicados con destreza de mecánico. El masajista semiprofesional, por lo tanto, no responde a un prototipo común, si bien lo más habitual y casi el único nexo entre ellos, además de la ingesta de alcohol, es la casi inexistente educación de la mayor parte de ellos. En el caso de Rial, disfrutaba de verdad de aquel trabajo mal remunerado. Siempre tenía alguna ocurrencia, pues era un bromista incorregible. Recuerdo la primera vez que asistí a sus sesiones, con la excusa de una torcedura mal curada. No tardé en arrepentirme de mi curiosidad.

La sensación de aquellas manos huesudas manipulando el músculo era verdaderamente desagradable. Yo tenía unos doce años en aquella época. Rial conversaba con algunos directivos, y yo no comprendía bien las indirectas. Rial tocaba diferentes partes de la pierna e iba preguntando «¿te duele aquí?», yo no lo comprendía bien, le había indicado perfectamente el lugar: el tobillo izquierdo. Hasta que súbitamente Rial me pellizcó el pene y con un movimiento reflejo, cargado de vergüenza, comprendí que había caído en su trampa: «¿y aquí? ¿te duele aquí?».

Otros masajistas de regional se convirtieron en personajes inolvidables, y si me los encuentro algún día sin duda los invito a tomar unas cervezas, por los buenos ratos que pasamos juntos, y por los malos también. Está el caso de Jeremías, el orientalista, que usaba agujas y ventosas, o el de «no-tengo-ni-puta-idea», un enano que traía fotos de putas diciendo que eran sus novias, al parecer vivía la mayor parte del tiempo con ellas y en las fotografías aparecía en camas redondas con varias a la vez. Llegaba invariablemente borracho, pero sus masajes eran tan suaves y ligeros que no corrías ningún peligro con él, eran de todo punto inocuos, para mal o para bien. Pero el caso más singular, de todo punto extraño, fue el de la masajista que tuvimos en Cuspedriños de arriba, hija de un directivo, no se como se le ocurrió ser masajista del equipo. La verdad es que todo el mundo la trató con educación. Aunque a sus espaldas se escuchaban todo tipo de barbaridades, cuando estábamos con ella éramos correctos. Los jugadores se peleaban por tener una sesión con ella, pues a pesar de su corpulencia y de sus brazos fuertes, no estaba mal. Recuerdo que cuando me tocó el turno a mí no me esperaba aquella brutalidad de tratamiento. Mi columna vertebral crujió de dolor desde la rabadilla hasta el cuello. Con dos movimientos no sé si precisos, pero desde luego agresivos, me quitó todo el dolor, por lo menos fue lo que yo le dije para que no me diera más masajes. La verdad es que en la cena de equipo tuve el privilegio de enrrollarme con ella. No teníamos nada que ver, ella era de un pueblito cerca de Porriño y yo de Vigo ciudad. Sin embargo, poco a poco todos se fueron marchando, hasta que nos quedamos sólos y entonces le propuse ir hasta mi casa. Contra todo pronóstico, ella aceptó, y pasamos una noche de lo más entretenida.

Todos aquellos recuerdos de momentos ideales no volverán, puede ser que acceda a algún sucedáneo puntual, pero aquí se trata de algo así como olvidar a la primera novia. Peor aún, porque la solidaridad aquí se establecía inter pares, sólo para hombres, camaradas, amigos, un equipo sólido y homogéneo. Entonces, hasta el entrenador podía ser prescindible. Éramos una piña, sin envidias ni rencores, y juntos descubríamos el mundo cada fin de semana. Acababa el partido del sábado y nos íbamos a casa de alguien a relajarnos. Las botellas corrían de mano en mano, los cuerpos doloridos, piernas en alto, con esguinces o moratones nos intoxicábamos a modo de anestesia. Y después, ya inmunes al dolor, salíamos a recorrer la ciudad, comentando los pormenores del partido.


Dedicado a mis compañeros de equipo



Los espacios y personajes que aparecen en este relato son verdaderos. Cualquier parecido con la realidad no es sólo

coincidencia.

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Según Emmanuel Carrere, en la biografía novelada que escribió sobre Philip K. Dick, la obra de este escritor está determinada por un princip...