domingo, 3 de mayo de 2015

Las crónicas de Indias bajo el prisma deformador de la (post)modernidad


            Vamos a detenernos en dos obras bastante separadas en el tiempo, Zama (1956), del argentino Antonio di Benedetto; y Maluco, La novela de los descubridores (1997), del uruguayo Napoleón Baccino Ponce de León. En ambas obras, desde el punto de vista estilístico, se imita el lenguaje de las crónicas de Indias. Se trata de un leve tamiz literario, pues la imitación mimética conllevaría serias dificultades para la lectura actual. Es un lenguaje que, en algunas flexiones recuerda al modo de escribir característico de los siglos XV y XIV, pero que no deja de ser una creación literaria.

            Estas dos obras se encuentran en la estela de otras muchas que han recreado diferentes aspectos de la Historia de la Conquista, como La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1962), de J. Sender; Terra Nostra (1975), de Carlos Fuentes; El entenado (1988), de Juan José Saer; o La gesta del marrano (1991), de Marcos Aguinis.

            La primera de éstas, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1962), se centra en la figura de Lope de Aguirre y su alucinado viaje por el Amazonas con los marañones, en una espiral de violencia y terror donde queda clara la personalidad obsesiva del conquistador.

            En la segunda, Terra Nostra (1975), el tema de la conquista forma parte del poyecto totalizador de Fuentes, en el que el escritor pretende reflejar el pasado, el presente y el futuro del mundo hispánico a ambos lados del Océano Atlántico. En la segunda parte de la novela, "El Nuevo Mundo", Fuentes se inspira en las campañas de Hernán Cortés por tierras aztecas para recrear, entre el mito y la descripción naturalista, el choque cultural entre las dos civilizaciones.


           
En la tercera novela mencionada, El entenado (1988), Juan José Saer recrea el modo de vida de un poblado indígena desde el punto de vista del único expediacionario español que se salva de una emboscada y que es capturado por un grupo de indígenas, los cuales, como él entenderá posteriormente, han salvado su vida como parte de un rito antropofágico en el cual sus compañeros de expedición constituyen el menú. Desde su posición ambigua de de prisionero e invitado, el protagonista describirá sorprendido los hábitos y costumbres de un pueblo admirable, sensato y civilizado que, sólo una vez al año se permite unas bacanales antropofágicas de peligrosas consecuencias para la comunidad, en las cuales parecen dejar rienda suelta a los instintos más primitivos que, por otra parte, subliman elegantemente durante el resto del año. La descripción del canibalismo de esta tribu resulta asombrosamente detallista, objetiva, y con tintes claramente antropológicos.



            En La gesta del marrano (1991), de Marcos Aguinis, se recrean las peripecias vitales de una familia cuyo padre, un médico de vida más o menos acomodada, es judío converso, y empieza una nueva doble vida en América. Sin embargo, la acción de la Inquisición se extiende por todos los dominios del mundo hispánico, y varias generaciones de las familias conversas, que mantienen su fe y sus ritos religiosos originales en privado, sufrirán persecución y represión dondequiera que se encuentren. Esta novela, entonces, es una saga realista, un melodrama en el que el decurrir histórico aparece ligado a los avatares personales de la familia protagonista que sufre el estigma de su origen judío.  



            Analizaremos a continuación algunos aspectos de Maluco que creemos representativos de cierta tendencia transgresora y deformadora de la nueva novela histórica en los albores de la postmodernidad.



            El protagonista de Maluco, Juanillo, es una especie de pícaro, que viaja como bufón en la expedición de Magallanes, en el siglo XIV. En algunos casos, sobre todo en su presentación, este personaje constituye un remedo de la figura del gracioso en el teatro barroco, y la estructura general de la obra adquiere desde el principio la forma de las narraciones de los pícaros tan características del siglo de oro, así como de épocas posteriores, como ocurre, por ejemplo, con la figura de Gabriel de Araceli en los Episodios Nacionales, de Benito Pérez Galdós.

            Juanillo, es, además, un judío converso, lo cual justificaría su embarque hacia las Indias, aunque, como sabemos por otra novela sobre la Conquista y el proceso de colonización, La gesta del marrano, de Marcos Aguinis, la persecución a los judíos no se limitó a la Península, sino que fue tambíen muy intensa en el virreno del Perú y en otros lugares de América a donde llegaron y se instalaron los tribunales de la Santa Inquisición. El propio Juanillo, que así se llama el personaje, escribe, como suele ocurrir con la picaresca, una carta en la que cuenta con transparencia los avatares de su existencia, y deja claro su origen judío:

Bien dicen que la necesidad tienen cara de hereje, y, pese a ser yo converso en todo cuanto un hombre puede serlo, a excepción de lo que cortaron y arrojaron a los perros de mi prepucio a siete días de mi nacimiento y que no hay voto capaz de restituirlo, había por esos días de las mismas necesidades que los príncipes y los papas, esto es, de llenar mis tripas de vez en vez.

            Como ocurre con la mayor parte de las Crónicas de Indias, el enunciador, el propio cronista, tiene como destinatario al monarca, con el afán de conseguir algún premio tras sus andanzas, por ello suelen modificar un tanto la historia, generalmente a su favor. Este punto aparece (parodiado) en Maluco:

Y porque otra vez los perros de la necesidad me acosan, ahora en la vejez, perdidas ya mis artes para mover a risa –porque Quién quiere por bufón a un hombre que ha arribado a la parte triste de la edad?–, determiné, antes de morir, dar cuenta a Vuestra Alteza de los muchos y prodigios y privaciones que en aquel viaje vimos y pasamos.

            Aunque apreciamos desde el principio una desviación con respecto a las crónicas tradicionales, por ejemplo, en las palabras que el bufón le dirige al monarca hablándole sobre los “caprichos” de los “príncipes”: “Para que Su Majestad sepa y medite en su noble retiro de cómo las ambiciones y caprichos de los príncipes afectan a la vida de quienes andan por el mundo a ciegas, siempre al arbitrio de los poderosos”.

            Juanillo no se limita a pequeñas críticas, sino que incluso repite diatribas en las cuales realizaba duras difamaciones hacia la familia real (adviertase además que el tuteo se alterna con el tratamiento de respeto):

Hablando de castigos y represalias, déjame preguntarte una vez más, Alteza, por qué tu hijo Felipe que es alto como una torre, se ensaña conmigo que soy del talle de una jofaina. Por qué agita el poderoso belfo de los Austrias en contra de este humilde servidor que ningún mal le ha hecho a su casa? Porque es cierto que Juanillo habla de más y condimenta su discurso con algunas mentirillas para realzar su sabor, pero Quién lo toma en serio? Acaso Felipe, que es rubio y zarco como un angelote, seductor como una ninfa y santo como una papisa, presta oídos a los embustes de un trapalón enano y contrahecho?... P. 17.

            El relato, al comienzo del viaje, recupera algunos de los mitos surgidos de ese viaje a lo desconocido que fueron las primeras expediciones marítimas, como obsrvamos en el siguiente fragmento, en el que abundan referencias a la mitología y al “bestiario” propio de la “antropología” antigua:

Se habla de las criaturas de las Antípodas, que viven con la cabeza para abajo. De hombres con un solo ojo en la frente y que no ven más que el futuro. De otros, con un ojo en la nuca para ver el pasado, que son sus esclavos. De mujeres con cabeza de puerco y otras con pezuñas de yegua que andan por las selvas enloqueciendo a los viajeros con sus hermosos cuerpos y sus rostros de vírgenes. Se habla también de los hombres-plantas que tienen un solo y gigantesco pie fijo en el suelo….

            Esta galería esperpéntica de seres extraños denota el miedo a lo desconocido antes de partir.

            Desde su posición subalterna, Juanillo decide contar la verdadera historia de la empresa, delatando las mentiras de las crónicas oficiales, acusando al rey sin remilgos de condecorar y beneficiar al hombre equivocado: “Ese oscuro hombrecillo, a quien no necesito nombrar porque de sobra conocéis por los honores y presentes con los que lo habéis distinguido, era, aunque no lo creáis, uno de los mayores enemigos de la empresa”.

            Juanillo, como pícaro, conoce la cruda realidad de los pobres y marginados que son envados como carnaza en estas expediciones, y desde el primer momento denuncia las injustucias de su tiempo:

Y qué éramos nosotros, con nuestros ridículos sueños e infantiles miedos?: simpes marionetas movidas por hilos invisibles, títeres sujetos al libre arbitrio de unos locos para dar contento a los ricos, para que no falte en la mesa de los poderosos la pimienta con que sazonar la carne, ni el clavo y la canela para aromatizar su vino, mientras nosotros lo bebemos agrio, mientras nuestra agua apesta….

            En la descripción de los preprativos que ocupa el primer capítulo, realizado de manera magistral, destaca el momento en que, tras semanas de espera, los marineros ven llegar a los altos mandos de la expedición con manadas de animales. Pero llama la atención, sobre todo, la llegada de una barcaza llena de espejos y otras baratijas, cuya funcion será la de engañar a los aborígenes:

Ésa sería, Alteza, nuestra moneda corriente en las tierras por descubrir. Ésos eran los dones de nuestra civilización y, a cambio de ellos, obtendríamos los más preciados tesoros que la naturaleza había prodigado a otros pueblos del mundo. Y, cosa bien curiosa, esos espejitos y cascabeles transportados a granel en la barcaza y que nada valian, transtornarían por completo a esos pueblos.

            Estos dos elementos los encontramos también en La aventura equinocial de Lope de Aguirre: el tópico del arca de Noé, por el cual los bergantines se llenan de animales, es deconstruido en esta otra Aventura bíblica, un éxodo peculiar donde hombres y animales pasan todo tipo de penalidades en busca del oro prometido, por ambición personal, en una huida fatal. Un proceso en el cual los animales se llevan la peor parte, pues perecen en gran número, y cuando el hambre aprieta nadie duda en comerse los caballos o cualquier otro animal.

            Estas páginas preliminaries se desarrollan a modo de crescendo en el que la llegada del Ejército de 237 hombres, atisbado sobre la colina desde el punto de vista del barco, constituye el climax antes de la partida. El autor describe con rasgos escuetos pero precisos la personalidad de cada uno de los altos mandos implicados. Resulta interesante, en este sentido, la descripción de la mirada de los altos cargos cuando entran en el barco:

Inmóvil junto a uno de los cabezales del Puente, me empeño en descubrir en el rostro de cada uno de los capitanes señales acerca de nuestro incierto destino. Nada me dice el gesto inexpresivo y duro de don Hernando, que pasa arrogante a mi lado y deja tras suyo un penetrante olor a hierro que tarda en expandirse en el aire saturado de aquella mañana. A su lado Juan Serrano, ocultos los ojos bajo el ala del sombrero (…) examina a cada uno, mirando recto a los ojos que se sienten observados sin poder devolver la mirada. Don Juan de Cartagena Saluda con leves y graciosos movimientos de su cabeza. Lo precede el aroma de perfumes de Oriente, única nota femenina en medio de aquellos olores acres y ásperos. Hay algo cautivante en su sonrisa, entre tierna y cínica. El rostro macizo e infantil de Gaspar de Quesada infunde confianza a los hombres. Más atrás, los ojos claros y tímidos de don Luis de Mendoza me inspiran una inexplicable piedad.

                  En el pueblo de Sanlucar, donde los navíos permanecen varados a la espera de que llegue el momento de partir, Juanillo describe la actitud de los lugareños, quienes evitan a toda costa a los marineros. Se describe a sí mismo y a los otros que lo acompañan como enfermos contagiosos. Su enfermedad consiste en los sueños que tienen, por los cuales son capaces de arriesgar la vida. Los lugareños temen contagiarse de esos sueños de grandeza.

                  En la obra aparecen diseminadas, con relativa frecuencia, alusiones a diferentes obras de la literatura española, como el Quijote, el Poema de mio Cid, La Celestina, o el propio Lazarillo de Tormes. Juanillo hace gala en varios momentos de sus dotes de bufón, y pondera su importancia a la hora de mantener alta la moral de la tripulación, sus historias, jocosas y obscenas, mantienen vivo el carácter de los marineros, como por ejemplo, cuando cuenta la historia de una tal Melibea, en la que se reunen, a modo de pastiche, rasgos y elementos de La Celestina con el mito de Pasífae y la vaca de madera que Dédalo creó para que ésta pudiese satisfacer sus deseos zoofílicos con un toro.

                  Resultan de gran belleza estética algunas descripciones salpicadas de metáforas y símbolos, como cuando el narrador describe las naves como si se tratase de islas, o cuando reconstruye la historia de los maderos con las que ésas fueron creadas, imaginando los robledales de los cuales salieron, especialmente el mástil de la Trinidad, que según el autor, fue el mismo en el que los condes de Carrión abusaron de las infantas, connotando así a las naves como depositarias de la historia. Pero entre estas descripciones y elementos simbólicos, destaca una, que se caracteriza por la personificación de las naves: “Las costillas de la Trinidad guardan memoria…”

                  En la novela Zama, verdadera precursora de lo que se ha venido denominando Nueva Novela histórica, el protagonista no es un bufón, sino un funcionario que se siente aislado y que desea ser ascendido o cuando menos trasladado a cerca de su familia. Malgasta el dinero, es pendenciero y arrogante, mujeriego y muy violento. Lo cuenta todo en primera persona, así que no tiene el tono de crónica de Maluco, en el cual el bufón se expresa casi todo el tiempo en la primera persona del plural, como si representase al colectivo. En Zama es más fuerte el impulso individualista. Se trata de otro momento de la colonización. Mientras que en Maluco se retrata la odisea del viaje, en el que un puñado de hombres son lanzados en pos de lo desconocido y deben trabajar en grupo, en Zama, sin embargo, observamos el estado de la conquista un poco más avanzado, con sus primeras instituciones y sus primeros fracasos administrativos, con las corruptelas y los desafíos propios de las colonias que se están estableciendo.



                  Si el bufón de Maluco es un individuo contrahecho y que vive de hacer reír a los demás, el protagonista de Zama es también tragicómico, pero de una manera diferente. Individualista acérrimo, no habla para otro que no sea sí mismo. No se dirige a ningún monarca para conseguir su gratitud, por mucho que anhele un premio por sus esfuerzos. Es duro y violento, pero al mismo tiempo presenta una cierta sensibilidad y un cierto idealismo, mientras que el bufón es todo retórica y apariencia.

                  Las obras, por lo tanto, presentan dos momentos bien diferenciados de la Conquista. Las mueve a ambas una intención subversiva y desmitificadora, si bien la carga paródica es mucho más intensa en Maluco. Si Maluco recrea en clave paródica la aventura suicida de los primeros conquistadores, en Zama se reflejan los problemas administrativos y burocráticos de las primeras colonias establecidas, su aislamiento y su fracaso en cuanto proyecto civilizatorio.

                  El mayor logro de ambas, en mi opinión, se da en el nivel del lenguaje, en la recreación del léxico y el estilo del español arcaico, un estilo que, no siendo natural o espontáneo, tampoco suena artificial. Un estilo donde lo coloquial se entremezcla con lo poético con aparente naturalidad.


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