miércoles, 7 de diciembre de 2016

El taller del orfebre



Hoy siento el privilegio de pertenecer a una cofradía alquímica. Este es un gremio de orfebres que, ahora lo veo, me ha salvado muchas veces de caer en las oscuridades de un trauma psico-social: el individuo inmerso en una sociedad de valores distorcidos, competitiva y superpoblada, que dificulta sobremanera el sentimiento de pertenencia al colectivo de las personas.

En efecto, la poesía es un trabajo de artesanos, un oficio manual, una profesión que sólo puede ser vocacional. Todos los agentes envueltos en el sistema poético cuentan, también el lector (o espectador), que quizás es el elemento que completa el círculo y a veces es tan difícil de encontrar.

La poesía no es sólamente un bien comercial, antes bien, constituye una forma de vida, una actitud ante la existencia, un filtro que transforma lo que la cámara-pupila capta.

Por eso el prodigio del cine: materializar la subjetividad mediante un ojo mecánico y radicalmente neutral.

Y por eso también se entiende que la poesía trasciende el sistema lingüístico escrito y oral, y permea todo arte, hasta invadir también cualquier manifestación cultural hecha con amor.

La poesía no atiende a dilemas morales. Ella está por encima del bien y del mal. Le gusta desnortar al animal interior que, en palabras de Franco Battiato, no nos ha dejado nunca ser felices.

En esta sociedad, el cultivo de la poesía necesita de mucho amor y constancia, es un trabajo especialmente solitario sin rendimientos corto-placistas. Sólo el respeto por el engranaje poético, maquinaria ciertamente compleja, y la humildad del principiante (que siempre somos) eleva el pasaje del héroe-poeta por sus infinitos universos.


 Constituye un camino iniciático, una búsqueda, con sus malos y buenos momentos. Es un viaje lleno de celadas, pruebas y alumbramientos.  

:::::::::::::::::::::::::::::::::::


Oficina do ourive

Hoje me sinto privilegiado por fazer parte de uma confraria alquímica. Esta é uma agremiaçao de ourives, agora eu vejo, me salvou muitas vezes de cair na escuridão de um trauma psico-social: o indivíduo imerso em uma sociedade de moral distorcida, competitiva e superpovoada, o que dificulta muito o engajamento das pessoas.


Na verdade, a poesia é uma obra de artesãos, trabalho manual, uma profissão que só pode ser vocacional. Todos os agentes envolvidos no sistema poético têm importância, também o leitor (ou espectador), quem talvez seja o elemento que completa o círculo e às vezes é tão difícil de encontrar.


A poesia não é apenas uma mercadoria, mas sim, é um estilo de vida, uma atitude perante a existência, um filtro que transforma o que capta a câmera-menina dos olhos.


Assim, a maravilha do cinema: materializar a subjetividade do olho mecânico e radicalmente neutro.


E por isso é também entendido que a poesia transcende o sistema de linguagem escrita e falada, e permeia toda a arte, também para invadir qualquer manifestação cultural feita com amor.


A poesia não pode ser reduzida a um dilema moral. Ela está além do bem e do mal. Ela gosta de desnortear ao animal interior que, nas palavras de Franco Battiato, não nos deixa nunca ser felizes.Nesta sociedade, o cultivo da poesia precisa de muito amor e constância, é um trabalho especialmente solitário, sem rendimentos curto-pracistas. Só o respeito para a engrenagem poética, certamente uma maquinaria complexa, e a humildade do iniciante (que somos sempre) eleva a passagem do herói-poeta por seus infinitos universos.


lunes, 29 de agosto de 2016

Paco Ignacio Taibo II, más allá de los márgenes



SINTIENDO QUE EL CAMPO DE BATALLA…
Paco Ignacio Taibo II, 1989

I. “Una novela táctica”

El campo de batalla al que se refiere el título de la novela, tomado de una frase de Trotski (“Pensando que el campo de batalla le pertenecía, empezó a actuar por sus propios medios”), tiene una relación clara con el contenido general de la novela, una conexión que actúa en varios niveles. En primer lugar, el campo de batalla es el campo literario, espacio de tensiones entre diferentes estilos literarios, un campo presidido por las fuerzas del capital (el mercado editorial) en sus zonas centrales, y donde coexisten casi siempre de manera efímera obras que se olvidan en las periferias de dicho campo. Un campo que impele a los escritores a escribir de una manera determinada, a imitar fórmulas y estructuras como fórmula para repetir el éxito cosechado por obras anteriores que, de este modo, actúan como modelo. Esta obra, desde el punto de vista del campo literario, revela la actitud antagonista del autor respecto a esas fuerzas uniformizadoras del mercado editorial. Sin embargo, no deja de ser cierto que los modelos actúan de dos formas claramente opuestas, a modo de ejemplo que puede o debe ser seguido y, por otro lado, de manera inversa, como negación. El propio autor lo explica:

La (...) manera de llevar la contraria que se esconde en este libro surgió en una conversación con un colega en una de las reuniones de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos (AIEP). Me dijo: “ahora que estás publicando en el mercado internacional, tienes que escribir novelas más internacionales”. (8)

Ante la pregunta lógica de qué diablos significa escribir novelas más internacionales, opción esta que se ofrece como una tentación para el escritor que por primera vez accede al mercado editorial trascendiendo el campo literario local, Taibo explica que

Me sentía tentado a escribir con menos claves sociales, de una manera más abierta, sin tanta complicidad solidaria mexicana. Ahora podía darme el lujo de pensar en lectores sin verlos ojeando mis libros a la sombra de la Latino comiendo tacos de chicharrón. (8)

Para un escritor como Paco Ignacio Taibo, perteneciente a la izquierda latinoamericana, cuya configuración ideológica pasa por los referentes libertarios, revolucionarios y antiimperialistas, como las imágenes obsesivas de la juventud rebelde del DF sucumbiendo ante las fuerzas de seguridad en Tlatelolco, esa actitud del escritor que se pliega a las tentaciones del mercado editorial internacional, y que incluso cambia su estilo para acceder a un público mayor, no podría entenderse de otra manera que como una traición. Así lo entiende él, y la posibilidad de ubicarse en esa (in)cómoda posición lo lleva a la reacción contraria, acirrándose en su propuesta localista, involucionando hacia el interior de las entrañas del DF. Tendencia que se materializaría en una serie de opciones estilísticas en el nivel del lenguaje, de las referencias culturales, en la selección del espacio y en la configuración de los biotipos. Ese será el origen de una novela que, en cierto sentido, puede considerarse como una novela de tesis, donde todo el aparato estructural y estilístico está condicionado por el imperativo de demostrar un presupuesto ideológico. En la tensa dicotomía universalismo versus regionalismo (localismo), Taibo opta por la segunda opción como reacción a una disyuntiva evidentemente mercadotécnica:

El solo concebir esa posibilidad hizo que me echara un mes en el más furibundo complejo de culpa, sintiéndome un reo de lesa traición. En momentos en que el país se andaba zangoloteando, yo podía darme el lujo traidor de irme de vacaciones de patria. Decidí entonces meterme de cabeza en una cura de patria chica, un retorno a la realidad-realidad. Necesitaba escribir una novela con marcas de complicidad, una novela ilegible para cualquiera que no hubiera vivido, aunque sólo fuera por unos días, bajo la lluvia y el smog del DF, una novela llena de referentes cómplices en el lenguaje, en los micropaisajes, en las bromas. Una novela tan defeña, en suma, que no podría vender jamás en Alemania o Estados Unidos. Puede sonar todo muy idiota, pero así fue. (8-9)

Queda en el aire la cuestión de si la novela, al seguir un proyecto programático “a la contra”, concebida como antítesis, no perpetua aquel estilo que pretende negar, pues como reacción o como institución, el modelo “internacional” o “universalista” sigue siendo el referente principal.



La novela, presenta, debido a estas condiciones previas, una doble posibilidad de lectura: por una parte se ofrece como un divertimento, un producto de la cultura popular que los lectores leerán con la intención de divertirse con una historia policíaca un tanto suburbial; por otro lado, en un nivel de lectura algo más especializado, la novela constituye, como hemos mencionado, una suerte de “novela de tesis”, que puede ser analizada como una revisión de las características del género policíaco y del campo literario en general.

Al decantarse por la opción localista y asumir una esencia anti-universalista, se cae en lo paródico y en la carnavalización satírica. Se opta también por una pose marginal, situándose conscientemente en los márgenes de los márgenes del canon literario. Pensemos que en la década de los ochenta todavía estaban vigentes los postulados estéticos del Boom literario, y que la novela policial, especialmente en el campo literario hispano-americano, no constituía sino un género minoritario que todavía luchaba por imponerse como género literario dentro del canon. Actualmente, la novela policial goza de un gran prestigio, pero en una escena literaria dominada por los grandes autores del Boom, el género policial todavía se consideraba como un “bicho raro” junto a otros experimentos formales de la literatura post-Boom.

Se trata de los márgenes del margen del campo literario porque tampoco estamos ante una novela policíaca al uso. Su amplio conocimiento de los mecanismos del género policíaco y su empecinada intención carnavalizadora llevan al autor a desintegrar algunos de los principios del género, subvirtiendo muchas de sus características establecidas.

El autor opta por la vertiente periodística en la elección del protagonista de la novela, en lugar de optar por el detective más tradicional, pero esto no constituye ninguna novedad, ya que desde los orígenes del género encontramos el periodismo muy ligado a las novelas policíacas (por ejemplo, en Los crímenes de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe). La verdadera provocación de esta novela en lo que se refiere a la elección del protagonista-detective es la inclusión de una peculiar mujer como centro del relato, una joven periodista, exponente de una generación de periodistas (que ni siquiera han terminado la carrera) condenados al fracaso. En efecto, Olga Lavanderos es una mujer peculiar, difícilmente encasillable en ningún grupo social. Frente a los modelos de la sociedad del espectáculo, esas mujeres de cuerpos exhuberantes y largas cabelleras, elegantes y sensuales, con las que la protagonista se compara en algunos momentos dejando ver la distancia inabarcable entre el mito y la cruda realidad, tenemos a una joven de carne y hueso, con una fuerte personalidad, de un escepticismo patológico que al final parece ser más una coraza o una máscara, pues la melancolía y el idealismo se abren paso agrietando esa aparente frialdad.



Frente al prototipo del detective masculino, entrado en años, generalmente divorciado y sus problemas con la bebida, Taibo nos entrega aquí una joven de México DF, con una clara conciencia generacional y de clase:

No acaba aquí la historia del juego de llevar la contraria. Alguien me había comentado que yo nunca podría escribir un libro con una mujer en el papel estelar. Bien, pues no sólo una mujer, me dije. Una mujer que resultara toda ella una provocación. Y, además, como yo estaba por cumplir los 40, sería una joven.

Olga Lavanderos es una mujer escéptica, urbana, malhablada y que, en ocasiones, roza o cruza la línea de la vulgaridad. Con su ropa estropeada, pantalones jeans y cazadora de cuero, camisas rotas y el pelo permanentemente desordenado por el casco del ciclomotor que conduce (he aquí otra pecualiaridad de este detective), se maneja a la perfección por la ciudad insomne, a la que se une en perfecta simbiosis. Anti-héroe post-moderna, resíduo generacional, como otras tantas mujeres ella no encaja con los modelos cinematográficos que Hollywood exporta:

Mi moto es un potente vehículo de dos ruedas que si tienes un par de chichis como las históricas de Anita Ekberg puedes manejar sin meter las manos. No es mi caso, com las mías ni tocar la bocina. Una vespaciao que da 35 kilómetros en llano y 10 en subida, gasta mil pesos de aceite y gasolina al mes, arranca de pedalazo y en el puente de Insurgentes hay que ayudarla para que suba. (27)



De manera que esta novela parte de un proyecto “a la contra”, sintiendo que el campo de batalla le pertenece, el autor crea un artefacto auto-referencial y claramente meta-literario, donde ningún elemento resulta gratuito y todo responde a un plan preconcebido:

Esta historia previa para decir que la que van a leer es una novela escrita por amor a la contradicción, mañosa, lepera y absolutamente táctica. (9)


II. “No se pelea bien desde el yo”

Lo que a priori parecería una lucha solitaria e individual de la joven Olga Lavanderos frente al sistema y sus fuerzas de seguridad se acaba convirtiendo en un corre-calles de personajes variados a los que Olga recurre cuando siente que no puede realizar todo el trabajo sola. Se trata de los “mejores” exponentes de su generación, sus ex-compañeros de periodismo, la mayor parte de los cuales abandonaron la carrera para encontrar trabajos de segunda o tercera categoría o para integrarse en el sistema burocrático del gobierno:

Llevaba un par de horas escribiendo una versión libre y resumida del asesinato de la calle Oriaba, utilizando una Olivetti prestada por Jorge fernández, otro de mis compañeros de generación, yucateco y enigmático como policía chino, que ahora trabajaba como burócrata en una extraña dependencia de la Secretaría de Programación y Presupuesto. Su dirección, la de Evaluación y Programas, se había disuelto porque su jefe estaba en campaña política con el candidato del PRI a la gobernatura de Puebla, y él se había quedado solo en unas oficinas de la colonia Nápoles con seis máquinas de escribir, una secretaria, doce escritorios y la función de producir fantasmales boletines de prensa de una dependencia que no existía. (75)

Esta generación recibe un tratamiento especial a lo largo de la novela, erigiéndose en el segundo personaje coral o colectivo de importancia después de la propia Ciudad de México que, como veremos, tiene en la obra una importancia fundamental. Los años de estudiante universitaria han marcado la existencia de Olga Lavanderos, que pese a las precarias condiciones en las que trabaja, no ha perdido la fe en el periodismo, y mantiene contacto con algunos de sus profesores, como Santos, a quien recurre cuando siente que está a punto de perder la fé, porque tiene un discurso salvífico y tremendamente positivo con respecto al periodismo. Sin embargo, viajera de interzonas, Olga Lavanderos, al igual que el resto de representantes de su generación, es una escéptica, ha nacido en una época en la que los ideales y las grandes narrativas se han resquebrajado hasta casi desaparecer:

¿A poco era tan fácil? Carajo, viva el cuarto poder. Sin embargo, no estaba del todo contenta, del todo feliz. Será porque los mexicanos de mi generación, el club de loquelvientosellevó está formado por puros pinches escépticos, que no creen en el Guadalajara ni en las virtudes curativas del té de boldo para el cólico menstrual, mucho menos en los finales felices en technicolor del esmogueado DF. Puro pito. (83)

Sin embargo, la novela está dedicada a la “raza del CEU”, el Consejo Estudianti Universitario fundado en 1986 en la Universidad Autónoma de México para oponerse a ciertas reformas en educación que restringían o dificultaban el acceso a la universidad. De manera que existe un espíritu combativo que, pese a todo, intenta hacerse un lugar entre la juventud del DF. Y la obcecada investigación de Olga Lavaderos tiene que ver, sin duda, con una necesidad de encontrar la verdad, de demostrarse a sí misma que es una periodista y que su profesión tiene algún sentido. Por ello, la sombra alargada de Rodolfo Walsh (“mi generación de estudiantes de periodismo, el club de soñadores apaches amantes de Tom Wolfe y Rodolfo Walsh”), emblema del periodismo de investigación en América Latina, preside esa búsqueda. Sí, hay una historia pidiendo para ser contada, y Olga Lavanderos debe firmar esa crónica. Pero para contar esa historia hay que enfrentar peligros y no puede hacerse en soledad:

No se pelea bien desde el yo, digan lo que digan Stirner, Batman, el Ratón Macías y Nietzsche. Las buenas broncas se avientan desde el nosotros. He aquí, Freud, por qué me andaba enrollando con todos los cuates de la generación a los que había dejado de ver hacía año y medio y que originalmente me revalían madre (…). He ahí, ahí, por qué una anda arrullándose con sus viejos cuates y dejándoles esquinitas en esta historia. Porque nomás se puede pelear desde el nosotros

De manera que, pese a todo el escepticismo y decepción que demuestra esta generación, y Olga Lavanderos en particular, en el filo dentre el bien y el mal, entre el escepticismo y el idealismo, entre la búsqueda de la verdad y la manipulación informativa, el periodismo de investigación parece tener reservado un lugar especial.



III. “La última trinchera”

En palabras del profesor Santos, al que Olga Lavanderos recurre cuando se siente frustrada en relación a su profesión o cuando va avanzando en la investigación y siente que está en peligro inminente, el periodismo

es la última pinche barrera que nos impide caer en la barbarie. Sin periodismo, sin circulación de información, todos levantaríamos la mano cuando el big brother lo dijera. Es la voz de los mudos y el oído extra que dios le dio a los sordos. Es el único pinche oficio que aún vale la pena en la segunda mitad del siglo XX. Es el equivalente moderno de la piratería ética, el aliento de las rebeliones de los esclavos. Es el único puñetero trabajo divertido que aún puede practicarse. Es lo que impide el regreso al simplismo cavernario. (…) Es la clave de la democracia real, porque la gente tiene que saber qué está pasando para decidir cómo se va a jugar la vida. (…) Es también el refugio de las ratas, la zona más contaminada, junto con las fuerzas policíacas, de nuestra sociedad. Un espacio que se dignifica porque lo compartes con los tipos más abyetos, más serviles, más mandilones, más corruptos. (56)

Esta descripción del oficio de periodista es dual: por una parte, constituye una práctica de gran valor social, garante de la democracia real, formadora de conciencias críticas y protectora ante la manipulación ideológica; pero, por otra parte, el periodismo es el “refugio de las ratas”, la profesión donde lo más abyecto se cobija. El periodismo, en cuanto instrumento social, depende del uso que se hace de él y de los intereses a los que sirve.

Frente al discurso teórico del profesor, nos encontramos en la novela con la descripción de la realidad del universo periodístico, en el que destacan las burocráticas redacciones de los diarios, jefes que dirigen el lugar de un modo tiránico y brutal, la insolidaridad y la competitividad reinante, las fronteras de lo que se puede y lo que no se puede decir, la insana connivencia entre los medios de comunicación y los poderes públicos y privados. En este sentido, la redacción del diario para el que trabaja Olga resulta bien ilustrativa:

– Olga Lavanderos, es usted una pendeja, una fondonga y se me va a la casa de su repuñetera madre com dos días de castigo -me dijo, aquella mañana en que empezó esta historia, el jefe de redacción, un mancuarro al que no se le podía acusar de machista, porque insultaba parejo a hombres y a mujeres; y al que le habían valido madre todas mis explicaciones sobre la sinusitis y la conjuntivitis que me traían a mal vivir y que me habían obligado a faltar tres días. (…)
¿Olguita, usted estudia o trabaja? No, fíjese joven, yo me hago pendeja en el diario La Capital, que es donde trabajaría Clark Kent si Kafka hubiera escrito los guiones de Superman. (14)

Destaca en el fragmento citado la comparación entre el diario de Olga Lavanderos y el diario para el que trabaja Clark Kent, lo que automaticamente abre una serie de paralelismos muy gratos para el estilo ecléctico y lleno de referencias culturales del libro: La identificación entre Clark Kent y Olga Lavanderos lleva también a la identificación entre ambos jefes de redacción. Olga Lavanderos aparece caracterizada, de este modo, como una super-héroe, claro que reducida al absurdo por la mirada kafkiana. Añádanse unas grandes dosis de carnavalización y, entonces, tenemos la redacción del diario La Capital.



De todos modos, Olga Lavanderos se toma muy en serio su trabajo. Investiga personalmente, acude a sus contactos, verifica y contrasta personalmente las informaciones y se juega la vida para encontrar la verdad de los hechos. Mientras que percibimos la desordenada vida que lleva, en lo que se refiere a su profesión su comportamiento es intachable. Cuida mucho la redacción de sus reportajes y crónicas, pule sus artículos, pide segundas opiniones, se preocupa por el lector a quienes van dirigidos sus textos y explica metódicamente no sólo el proceso de redacción del texto, sino también la estructura y el lenguaje que utiliza. Mientras que generalmente se expresa de manera vulgar y ciertamente escatológica, a la hora de redactar sus textos, su estilo es elegante y sobrio. Por otra parte, suele leer a los otros redactores realizando críticas sobre sus textos:

El Roñas” era un prodigio del materialismo vulgar, pre-marxista; cualquier mierda que le contaran sus amigos de la Procu, la volvía un hecho sólido con un par de adjetivos de premio. Perdía el sujeto a mitad de las oraciones, cambiaba de tema en el centro de un párrafo y no sabía rematar los artículos. Hubiera hecho las delicias de mi profa de redacción de la uni, lo hubiera agarrado de puerquito. Aun así lo leí con cuidado. (…) Faltaba para acompañar a las crónicas del Roñas un editorial de alguno de los tarados acólitos de Octavio Paz que explicara cómo la magia chingadora estaba en la esencia de los mexicanos y la crisis social la hacía aflorar. Divino. (…) Me seguí con la colección de diarios de la competencia. (…) Solo valía la pena una nota de El Universal. El reportero describía con placer malsano (como el mío) los destrozos hechos en la humanidad de los cinco difuntos y tomaba al vuelo frases de los policías que participaron en el rescate de los cuerpos. (43-44)

Una vez asumida la difícil couyuntura del periodismo y su función en la sociedad, a Olga Lavanderos sólo le queda seguir adelante con su investigación, seguir, pese al riesgo de perder la vida, aún con las amenazas y las extorsiones. Porque aunque todo parezca a su alrrededor de mentira, un tanto artificial y calculado, Olga se considera a sí misma, ante todo, una periodista.
III. “No hay que buscarla, ella te encuentra”

El capítulo VI de esta novela alcanza un gran nivel poético y simbólico. En este capítulo, de unas tres páginas de extensión, la acción se detiene y el protagonismo pasa exclusivamente al DF. La ciudad-personaje recibe aquí un tratamiento casi sobrenatural. Anteriormente, ya se nos ha descrito la ciudad como a un ser vivo, en perpetua transformación, pero ahora se nos ofrece un cuadro poético según el cual la violencia que se desarrolla en ella no es nueva, sino que tiene que ver con las huellas de su proceso histórico. Sin embargo, y pese a la obviedad de la relación de las culturas pre-hispánicas con los rituales funerarios y con los sacrificios humanos, en este capítulo se cifra el origen de la violencia en la invasión de los conquistadores y el establecimiento del Tribunal de la Santa Inquisición. Ahí estaría el origen de una “fructífera” relación entre la ciudad y la violencia.

Acudiendo a licencia poética de la enumeración caótica, e intercalando los hechos violentos propios de la sociedad moderna con elementos ciertamente surrealistas de carácter natural, en los cuales la naturaleza invade la urbe, el autor consigue un efecto apocalíptico que ya ha aparecido en otras partes del libro, si bien alcanzado con otros recursos estilísticos. Aquí, la intención carnavalesca y satírica cede el lugar a un discurso poético de ritmo trepidante y alusiones diversas:

En las tardes, la selva entra por la ciudad y de repente un tronco rompe el asfalto. Un jaguar com los colmillos ensangrentados cruza paseando por la alameda. Una camioneta blanca del DDF, de la que cuelgan unos musculosos adolescentes, se detiene en una esquina y éstos se descuelgan y comienzan a golpear a una vendedora ambulante, patean la fruta por el suelo, persiguen golpeando con tubos a un vendedor de hotcakes, roban un tendido de chicles, abofetean a un niño. Dos chacales devoran a mitad del periférico los restos sangrientos de un atropellado albañil. En la colonia Cuauhtémoc, una banda de ex-policías entra al banco, donde una anciana vendedora de lotería está sacando seis mil pesos de una cuenta de ahorro, y la dejan seca con una ráfaga de ametralladora, porque les estorba la visión de la caja principal. Las hormigas se comen los ojos de un jugador de futbol llanero, a medio enterrar entre las ruinas de las casuchas de una colonia de tomatierras, que han sido demolidas por bulldozers apoyados por la montada… (47-48)

En efecto, Mexico DF es un personaje colectivo, la megaciudad es la gran protagonista de la novela. Junto a ella, a veces en extrañas simbiosis, Olga Lavanderos, infusorio corretea por las entrañas del complejo entramado urbano. Esta ciudad es un ser vivo en contínua transformación. Un gigante que no para de crecer. Olga contempla la ciudad “desde el piso más alto de la torre más alta de la unidad Plateros”, e imagina que la posee. Allá abajo sabe donde esconderse y a qué puertas debe llamar. Cuando empieza a investigar y su vida corre peligro, ella abandona su casa y se lanza a las calles. En sus arterias se siente segura. Al igual que practicamente todos los personajes del libro, está marcada por su identidad “defeña”.

IV. Un maldito totum revolutum

Entre las críticas y acusaciones a la cultura de masas por parte de los “apocalípticos” citadas por Umberto Eco en Apocalípticos e integrados (1965, 64-66), destacan las siguientes:

b) (…) al difundir por todo el globo una cultura de tipo homogéneo, destruyen las características culturales propias de cada grupo étnico.
c) Los mass media se dirigen a un público que no tiene conciencia de sí mismo como grupo social caracterizado; el público, pues, no puede manifestar exigencia ante la cultura de masas, sino que debe sufrir sus proposiciones sin saber que las soporta. (…)
h) En todo caso, los productos de cultura superior son propuestos en una situación de total nivelación con otros productos de entretenimiento (…)
i) Los mass media alientan, así, una visión pasiva y acrítica del mundo. El esfuerzo personal para la posesión de una nueva experiencia queda desalentado (...)
o) Los mass media se presentan como el instrumento educativo típico de una sociedad de fondo paternalista, superficialmente individualista y democrática (…). Aparece una típica superestructura de un régimen capitalista, empleada con fines de control y de planificación coaccionadora de las conciencias. De hecho, ofrecen aparentemente los frutos de la cultura superior, pero vaciados de la ideología y de la crítica que los animaba. Adoptan las formas externas de una cultura popular, pero en lugar de surgir espontáneamente desde abajo, son impuestas desde arriba (…). Como control de masas, desarrollan la misma función que en ciertas circunstancias históricas ejercieron las ideologías religiosas. Disimulan dicha función de clase manifestándose bajo el aspecto positivo de la cultura típica de la sociedad del bienestar, donde todos disfrutan de las mismas ocasiones de cultura en condiciones de perfecta igualdad.

En Sintiendo que el campo de batalla... encontramos numerosas referencias a los mass media, no sólo en la descripción del imaginario de los personajes, especialmente de Olga Lavanderos, en la cual estos efectos perniciosos descritos por Umberto Eco no se dejan notar de un modo tan claro (ya que en ella conforman algo así como una dimensión miscelánea de productos culturales organizados sin orden ni concierto), sino también en su calidad de vectores que regulan la educación de las personas, con una gran fuerza homogeneizadora. Por ejemplo, cuando Olga, en su apurada fuga sale con Toñín y pide auxilio en casa de su ex-compañero Alejandro Vélez, se produce el siguiente diálogo:

¿Oye, por qué este niño habla como escritor de Mozambique?
No sé, influencias de Televisa., probablemente. A mí me suena más bien a futbolista brasileño.

Ante lo cual, el niño dice: “– Ya ´ámonos, Olguis, ete cuate muy pendejo”.

La respuesta de Olga ofrece un ejemplo más cercano para la forma de hablar del niño, que presumiblemente pasa horas ante el televisor. Para ella, su forma de hablar se parece a la manera de hablar de los futbolistas brasileños, donde queda claro que el fútbol es lo que más mencionan los medios de comunicación de masas cuando hablan de Brasil, ofreciendo otra vez una visión simplificada y típica de la realidad.

Otro ejemplo de la acción regulador del pensamiento por parte de los mass media lo vemos en el siguiente fragmento:

No menos cadáver era la desconocida abogada Margarita Campos, que a sus 43 era la jovencita del grupo de alegres burgueses de tercera que se metían nieve por las narices y jugaban a la parranda con santa claus y los reyes magos, mientras que los veían por la ventana, consumidores impenitentes de fotonovelas trágicas, pensaban que allí estaban en mitad del vudú con música de mambó, o reviviendo rituales aztecas con fondo de Beethoven. (68-69)

Vemos aquí a las clases populares representadas como facilmente influenciables por los medios de comunicación de masas. Se las presenta como bastante dadas a aceptar cualquier mito y proclives a creerse, sin dudarlo ni un momento, la versión oficial de los hechos. Por otra parte, este fragmento es revelador de la acción niveladora de los mass media con respecto no sólo a la cultura superior y la cultura popular, sino también de la historia y de la cultura pre-hispánicas, lo cual se expresa en una fusión de elementos pertenecientes a muy diversos ámbitos culturales: “reviviendo rituales aztecas con fondo de Beethoveen”.

En la novela encontramos una superabundancia de referencias culturales, que terminan constituyendo un totum revolutum hiper-intenso donde los productos culturales propios de las diversas esferas y formaciones sociales (superior o de élite, media, popular, filosofía clásica, etc…) se entremezclan de forma aparentemente caótica. En principio todo surge de la mente de la protagonista, con lo que Taibo nos ofrece un fresco o, mejor dicho, un collage, de los referentes culturales que actúan en el consciente-subconsciente de Olga lavanderos y, por extensión, en toda una generación de mexicanos que vivieron su juventud en los años ochenta. En cierto sentido, nos encontramos aquí con otra dimensión de la crítica cultural realizada por un mexicano ilustre, Carlos Monsivais, que en sus crónicas y estudios recurre al imaginario popular citando, de manera entremezclada, los más diversos productos culturales, con el objetivo de analizar algo así como la identidad mexicana. Veamos otro fragmento:

No se pelea bien desde el yo, digan lo que digan Stirner, Batman, el Ratón Macias y Nietzche. Las buenas broncas se avientan desde el nosotros. He ahí, pinche Freud, por qué me andaba enrrollando con todos los cuates de mi generación (…). He ahí sabio Cicerón, sabio Metelo y sabio Sacalo, sabio Fromm where, sabios Padentro y Tecentro (…). ¿Y entonces, mi buen? Me pregunto, se pregunta, la buena Olguita Lavanderos, venida a menos, menguadita por el miedo. La “parasiempre”, mientras cual mariposa encandilada (Agustín Lara de nuevo, ¡dios mío!) por los neones de San Juan de Letrán, hoy masmejor Lázaro Cárdenas, va rumiando la chinga que le espera. (69)



Tenemos aquí un alegato en contra del individualismo (¿nihilista?), simbolizado por referentes culturales diversos, donde apreciamos una nivelación entre cultura popular, cultura propia de los mass media y cultura superior o alta cultura. En este fragmento, Batman y el filósofo alemán Stirner (que investigó acerca del egoísmo) sinifican lo mismo; otro tanto ocurre con el boxeador mexicano “el Ratón” Macias y Nietzche. Todos ellos ejemplifican el individualismo y la lucha feroz del yo, en solitario (tan característica, por otra parte, de la existencia en el mundo capitalista), frente a otras formas de lucha solidarias o colectivas. El totum revolutum se alcanza cuando, en pleno desvarío de referencias culturales, el autor entremezcla nombres de autores reales con otros nombres inventados, transformando paródicamente las nomenclaturas: “Sabio Metelo y sabio Sacalo, sabio Fromm where, sabios Padentro y Tecentro”. Aún más, el cuadro se completa cuando el propio discurso de la protagonista se contagia con los ecos de las canciones del cantante de boleros mexicano Agustín Lara, lo cual le lleva a cambiar bruscamente la divagación melancólica para el registro escéptico de la jerga defeña que mejor la caracteriza: “va rumiando la chinga que le espera”.

Como en una centrifugadora cultural, los más diversos productos culturales giran entrelazados. Existe una fetichización de la cultura característica de la posmodernidad, donde elementos y productos, ya sea de la alta cultura, o de la tradición hispánica, o incluso propios de los bajos fondos de la sociedad, se vacían de su contenido socio-histórico, se les borran sus referencias y sus señas de identidad y se convierten en un fetiche propio de la época de la reproductibilidad técnica (parafraseando a Walter Benjamin): objetos de consumo listos para el mercado, listos para circular en los circuitos culturales junto a los productos (tipos y modelos) de la industria hollywoodiense, los elementos de la cinematografía mexicana de los años cincuenta y sesenta (donde la industria mexicana competía en esplendor con la norteamericana) e, incluso, junto a formas convenientemente moldeadas y adaptadas de las culturas pre-hispánicas que, bajo el filtro de la representación moderna, ya pueden figurar como mercancías capitalistas reproducibles en serie.




jueves, 2 de junio de 2016

JORGE VOLPI, MENTIRAS CONTAGIOSAS




     El mexicano Jorge Volpi publica en 2008 un supuesto libro de ensayos, intitulado Mentiras contagiosas, en la editorial Páginas de Espuma. Como el propio título indica, casi nada en este libro debe ser tomado literalmente, excepto quizá el mismo título, que nos remite a otros sintagmas similares, especialmente a aquel que dice: “mentiras piadosas”. Definitivamente, las mentiras de las que trata este libro no son “piadosas”, y sí, ciertamente contagiosas. El lector descubre en los primeros compases del libro que ese sintagma es doblemente conveniente: en primer lugar, porque define a la novela en cuanto género de la ficción literaria; y, en segundo lugar, porque los microensayos que componen la obra están plagados de mentiras de todo tipo.

     Definir como “mentiras” las licencias poéticas y los artificios retóricos que caracterizan a cierto tipo de estilo literario (especialmente grato a los discípulos de Borges, en cuyas páginas realidad y ficción se entrelazan y donde, como en un artículo científico de física cuántica, el autor se convierte en un creador de “mundos” paralelos o posibles) puede resultar simplista, y en realidad lo es, pero sirva por ahora para ejemplificar la idoneidad del título con el que Volpi bautizó a su criatura.

     Mentiras no siempre piadosas, pues, pero en la mayor parte de los casos contagiosas, virales, y potencialmente peligrosas, las novelas, según Volpi, nos acompañan desde mucho antes de la creación del género, desde que el hechicero de la tribu, en las noches insomnes, se acostumbró a contar historias al calor de la hoguera. Ahí habría nacido, en un acto eminentemente oral, el pacto entre el escritor y sus lectores, esa tendencia aparentemente gratuita y libre de propósitos prácticos que acompañará por los siglos de los siglos a la humanidad, por mucho que, situado a veces en un futuro tecnólogico, radicalmente eficiente y racional, la voz que dicta esta suerte de ensayos se empeñe en anunciar el final de la literatura.

     Es difícil clasificar esta obra, algo, por otra parte, perfectamente coherente con un contenido que critica el ansia taxonómica de la crítica literaria y de la sociedad en general. A medio camino entre el cuento y el ensayo, estos fragmentos transitan por los límites entre géneros aparentemente tan antagónicos como los ficcionales y los típicos de la prosa científica, ya se trate de artículos periodísticos, de crítica literaria, sobre teoría evolutiva o física cuántica. Más interesante aún, no contento con esto, el autor aplica los mecanismos indagatorios de las ciencias “exactas” a un constructo social como las novelas, explicando que, como los seres vivos y las ideas (o memes), los géneros literarios nacen, se reproducen, evolucionan y desaparecen.
El libro se divide en cinco partes de extensión desigual y, pese a la diversidad de los temas tratados, una línea de pensamiento le otorga coherencia y cohesión. En efecto, existen ciertas ideas recurrentes, como las reflexiones sobre el género de la novela o la indagación acerca de la idiosincrasia de la literatura latinoamericana. Las partes del libro:

  1. Libros, escritores, lectores
  2. Experimentos
  3. Dos divagaciones cervantinas
  4. Alegato contra fronteras
  5. Nuestros antepasados

     En cierto modo, las dos primeras partes partes de este libro pretenden ser una excavación arqueológica, o entonces una colección de relatos de ciencia ficción, un reportaje periodístico, tal vez un ensayo científico, o incluso un homenaje a la obra borgiana. Probablemente, todo eso y mucho más.

     En estas dos primeras partes que, en cierto modo, actúan como introducción, nos encontramos con un irónico viaje a los orígenes de la novela y, en un nivel más profundo, a las relaciones entre escritor y lector, y entre ficción y sociedad. En las primeras líneas del libro se anuncia la defunción de la novela:

     Certifico la defunción de la novela. Según los cronistas, el último ejemplar de esta especie apareció hace cien años: un pobre remedo de Las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, perpetrado por un tal Menard y publicado en Ciudad de México en 2605 (p. 11).

     Pocos comienzos como este nos llevan de cabeza tan rápidamente al meollo de la cuestión, a la vez que abren resonancias simultáneas de gran calado. Por una parte, se habla de la novela como si se tratase de una especie extinta (“El último ejemplar de esta especie”). A continuación se alude a la obra de Borges, concretamente al relato “Pierre Menard, autor del Quijote”. Y, finalmente, se ubica la acción en un futuro lejano que, no por casualidad, es la ciudad de México, lugar de gran importancia para la literatura latinoamericana y prototípica mega-ciudad del futuro. Por otra parte, queda latente en este comienzo, una de las ideas de esta primera parte: la literatura actual constituye, en gran medida, una continua reformulación de las novelas del pasado. Esta idea nos lleva a otras ideas que se desprenden de manera lógica y que están presentes en esta primera parte del libro: el final de la novela, su desaparición como especie, será la consecuencia del uso de fórmulas prototípicas como clave para el éxito comercial. Un éxito que no está acompañado de la experimentación formal y de la innovación necesarias para revitalizar continuamente el género. Como ejemplo prototípico de este tipo de novelas, El código Da Vinci:

     El código Da Vinci apenas puede ser considerada una auténtica novela. La obra de Brown se parece más a un virus: una estructura que, robando memes de obras más sólidas, ha alcanzado una capacidad de multiplicación sin precedentes, semejante a una pandemia o a un cáncer. Durante años, Dan Brown se apropió de ideas provenientes tanto de la novela histórica como de la policíaca, las mezcló com la estructura de El péndulo de Foucault y tramó un artefecto cuyo mayor interés radica en su insólita capacidad para replicarse. Si uno analiza este best seller con detenimiento, comprobará que su material genético propio es casi nulo, pero su capacidad para infectar es, por el contrario, elevadísima. Poco importa que, en comparación con otros organismos más evolucionados, su esqueleto nos parezca raquítico: como todo virus, su objetivo es contaminar al mayor número de lectores posible (34).

     Son habituales al comienzo del libro las reflexiones sobre el campo literario y las presiones del mercado. Debido a estas presiones, los escritores buscan fórmulas para el éxito que pasan, actualmente, por la superación del experimentalismo de los años 60 y 70 en favor de las “novelas de género”, como la novela policíaca, la novela negra, la novela de ciencia ficción, la novela sentimental, la novela histórica o el folletín. Esto se debe a que los autores, “en vez de arriesgarse a explorar nuevas sendas, auspiciados por sus editores, se conforman con seguir esquemas preestablecidos que les garantizan grandes tirajes y fama inmediata”. Frente a este tipo de novelas, cuya estructura está guiada por imperativos del mercado, Volpi ve con buenos ojos la mezca de novela y ensayo, como si se tratase de una bocanada de aire fresco y un reducto para escritores innovadores a los que les gusta experimentar e innovar continuamente provocando la evolución de la novela.

     En algunos casos, la obra cae en contradicciones, y este es uno de los elementos que refuerza la idea de que se trata de una compilación de artefactos en los cuales se ha producido la unión de ensayo y relato, pues el narrador de los diferentes textos no es unívoco ni presenta las mismas opiniones en cada lugar. Frente al narrador del “Requien por la novela”, quien, ubicado en un futuro remoto, dice no entender la existencia de un género como la novela en una civilización racional, atacándola por su aparente gratuidad y falta de sentido; en otros pasajes, el narrador defiende la importancia social de la novela: “Quienes creemos que la novela es una herramienta indispensable para la humanidad, podemos contribuir a que no muera […]. A lo largo de los siglos el arte de la novela ha sido una de las mayores fuentes del conocimiento humano”.

     En “Pobladores de mundos extraños”, Volpi encuentra similitudes entre los científicos y los escritores, pues ambos tienen como principal piedra de toque la imaginación. Ambos, en cierto sentido alejados de la realidad, se vuelcan sobre las partes más inciertas y oscuras para entregarnos explicaciones del mundo. En este sentido, puede considerarse este texto como el más autobiográfico de los que forman la obra, pues Volpi reconoce su calidad de físico frustrado. Para explicarnos el vínculo entre literatura y ciencia, el autor recurre a los orígenes de ambas disciplinas:

     En esas épocas remotas, religión y ciencia -o mejor: ficción y ciencia- apenas se diferenciaban, eran dos formas de responder a la misma curiosidad insatisfecha. La invención de dioses y de héroes, forma primaria de la literatura, perseguía el mismo objetivo que la ciencia: saber que ocurrió em el pasado -cómo se creó el universo, cómo surgió la Tierra, de donde provenimos- y predecir, com la mayor exactitud posible, lo que sucederá más adelante (44).

     A continuación, Volpi indaga en los paralelismos entre literatura y ciencia derivados de los últimos avances de la Física Cuántica, donde la expresión de una concepción especialmente compleja del Universo, apenas entrevista y difícilmente demostrable por medio de fórmulas matemáticas, requiere de la imaginación que normalmente le atribuimos a la literatura (“La física cuántica ofrece tantas paradojas que merecería ser considerada una fantasía literaria”). La ciencia, en este sentido, se transforma en relato. Resulta de gran interés el paralelismo histórico entre el paradigma de la literatura y el de la ciencia, que Volpi recrea cuando explica que, en el siglo XIX, los científicos se consideraban a sí mismos catalogadores o archivistas de las diferentes taxonomías que la realidad ofrecía, como si todo en el Universo fuera exacto y el ser humano, con un trabajo de archivador paciente, pudiese conseguir darle nombre a todo. Una tendencia similar reinaba en la literatura en aquellos momentos, con las estéticas realista y naturalista, que aspiraban a ofrecer una imagen perfecta de la realidad de su época, tanto de lo consciente como de lo inconsciente. Pero el siglo XX acabaría con este espejismo:

     Einstein destruyó esta visión idílica. Los horrores de la Primera Guerra Mundial hicieron el resto. A partir de entonces, ni los hombres de ciencia ni los novelistas volverían a sentirse capaces de ofrecer una visión del mundo llana y armónica: la era del progreso lineal, de la taxonomía, del optimismo y de la fe en el futuro habían llegado a su fin. Comenzaba la era de la incertidumbre (47-48).

     En DOS DIVAGACIONES CERVANTINAS, Volpi nos entrega una serie de reflexiones sobre la novela que muchos consideran la primera de su género: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. La primera de las “Divagaciones” es una crónica sobre dos célebres intentos de llevar al cine la novela de Cervantes, el de Orson Welles y el de Terry Gilliam. Este texto se recrea especialmente en la figura de Orson Welles, cuya figura resulta tan diferente del “temperamento meláncólico” que, según Volpi, solemos atribuirle a los artistas, y que tan bien casa con la escuálida figura de Alonso Quijano. Esta crónica de las andanzas de Welles a lo largo de su proyecto de rodar su adaptación del Quijote, película que finalmente nunca acabará, pese a rodar muchas escenas, se detiene tal vez demasiado en los amoríos del director, pero Volpi cree necesario abundar en sus avatares sentimentales para mostrarnos su temperamento pasional y avasallador. La sombra de Borges se desliza por la crónica, Orson Welles, al llevar al cine a D. Quijote, se convierte en un trasunto de Pierre Menard, en el tono de su voz, que sería la encargada de narrar una película muda, la obra de Cervantes adquiriría una nueva significación. Por otra parte, el proyecto de Orson, tal como lo hemos conocido en el collage de escenas que Jess Franco realizó del metraje del director y por las entrevistas en las que éste dejó algunas ideas sobre lo que proyectaba, confrontaba a D. Quijote y a Sancho con la realidad del futuro, actualizando la sensación de desajuste entre el universo que el caballero de la triste figura se imagina y el mundo en el que en realidad se desenvuelve. La escena en la que D. Quijote ve representada su propia vida en la pantalla del cine retomaría el episodio de la segunda parte de la novela cervantina en el que D. Quijote es reconocido por personas que ya han leido sus aventuras.



     En el segundo texto de las Dos Divagaciones Cervantinas, la presencia de Borges es todavía más intensa. El autor lleva a cabo un ejercicio de crítica literaria en el que desarrolla una supuesta tesis apoyada en tres críticos que no existen. Estos profesores universitarios defienden la existencia real de Cide Hamete Benengeli, segundo narrador del Quijote, que sería en realidad un historiador de origen morisco, converso, que habría escrito la historia de Torrijos de Almagro, personaje igualmente ficticio. Este personaje, según la indagación de los tres supuestos estudiosos, habría sido un hidalgo que formó parte de la expedición de Hernán Cortés en México, y que, tras años de violenta conquista, al regresar a España pierde, como Alonso Quijano, el juicio, en este caso por las atrocidades que había visto en su periplo por tierras americanas. Entonces, según los especialistas, Cervantes se habría basado en este supuesto personaje histórico para escribir El Quijote. Además del juego literario, típicamente borgiano, de inventar una genealogía de estudiosos que sostiene una hipótesis verosímil, pero falsa, con citación de manuscritos y artículos científicos incluida, este texto juega con la novela original, desarrollando la idea de que el narrador Cite Hamete es un personaje real. Por otra parte, se aprecia una crítica de la crítica literaria, o apenas una mofa de la misma, pues se describe como los críticos trabajan en muchos casos con conjeturas y teorías de difícil credibilidad, manipulando los datos, seleccionando las citas y disponiendo, en fin, el material de manera que sus teorías resulten respaldadas. La crítica, como la historiografía, es víctima de una aguda crisis, en una época en la que ya no es posible aspirar a verdades totalizadoras, y tenemos que resignarnos a aceptar que todo ejercicio de crítica es mera interpretación.

     En la defensa de la existencia de Cide Hamete, resulta curioso el hecho de que, imitando lo que Cervantes hace con Alonso Quijano (quien a su vez imita las características del discurso histórico), Volpi nos ofrece diferentes versiones del nombre de este supuesto personaje histórico para darle credibilidad a su argumentación, se trata de denominaciones que los estudiosos habrían encontrado en su búsqueda por archivos y conventos:

     Un buen día, Palacio recibió una urgente llamada telefónica de Héctor Urrutia, profesor de la Universidad James Madison de Virginia, y considerado como uno de los mayores especialistas en el Siglo de Oro. Con el tono apresurado y vehemente que lo caracteriza, Urrutia le dijo a Palacios que […] había seguido la pista de un tal Santiago de los Ángeles, fraile de la Orden de los Predicadores, adscrito al Real Monasterio de Piedra durtante la primera década del siglo XVII, y reportado como autor de una Historia verdadera de la expulsión de los moros en el Año del Señor de 1492. ¿Podía este Santiago de los Ángeles ser el mismo Jacobo de los Ángeles descubierto por Palacio y, por tanto, el mal llamado Sidi Ben Angeli, es decir, Cide Hamete Benengeli? […].

      La relatoría del Capítulo General de la Orden de 1588 mencionaba a un tal Fray Jaime de los Ángeles, adscrito al Monasterio de Piedra y natural de Zaragoza. Pero lo más relevante del caso era que, según los cronistas del capítulo, este fray Jaime fue severamente amonestado por “escrevir asuntos no propios de su condissión” e incluso se insinúa que su sangre no era completamente pura, haciendo alusión a su posible origen morisco […].

     La pista que terminó por confirmar las sospechas de los investigadores apareció poco después, cuando, en 1999, Urrutia exhumó del Archivo de la Corona de Aragón un documento fechado en 1594 en el que se lee claramente: “Fray Yago de los Ángeles id est Binangeli” (104-105).
     
     Pastiche, sobreescritura, palimpsesto, en este texto, Volpi no sólo inventa un grupo de estudiosos con sus respectivas investigaciones, sino que crea de la nada un caballero andante, doble del que ya conocemos, cuya gesta también fue escrita, aunque el libro se haya perdido, y que incluso cuenta con exégesis posteriores que hablan de él, exégesis en las que los críticos citados se basan para sostener sus intrépidas teorías. Qué mejor manera de explicarnos el declive de la crítica tradicional, e incluso los mecanismos (meta)narrativos de El Quijote, de Cervantes y de Borges, que creando un artefacto textual armado con muchas de las características de estos modelos. Por último, “Conjetura sobre Cide Hamete Benengeli” sigue estrictamente las normas del género del artículo científico: la estructura está perfectamente delimitada, comenzando con el “Propósito” y continuando con la revisión bibliográfica, cada fuente (incluso las ficticias) está convenientemente refrendada con cita a pie de página, y el texto se cierra con una “Conclusión”. En pos de la verosimilitud y del efecto paródico, el artefacto debe apropiarse concienzudamente de las carecterísticas formales del género que quiere parodiar y, por consiguiente, subvertir, en este caso el artículo científico publicado en revistas especializadas.



     La parte titulada ALEGATO CONTRA FRONTERAS contiene un ensayo (“Las trompetas de Jericó y los crímenes de Santa Teresa) en el cual el autor no entra en los juegos paródicos característicos de partes anteriores. Aquí se reflexiona serenamente, con abundantes referencias bibliográficas, sobre las fronteras y su influencia en las obras literarias. Además de la obvia definición de la novela como un género fronterizo, híbrido, llama la atención que gran parte del texto se configure como una suerte de introducción para llegar al desenlace, en el cual se habla específicamente de 2666, obra póstuma de Roberto Bolaño, que parece ser el verdadero propósito del ensayo. La idea de frontera se asocia, en el campo de la literatura, al nacionalismo, que hunde sus raíces en el Romanticismo decimonónico. Frente a estas “aduanas literarias”, se yergue, anticipándonos el tema del siguiente ensayo, la idea obsesiva de Volpi según la cual:

     Si fuésemos sinceros, tendríamos que reconocer que en realidad no existen ni la literatura alemana ni la francesa ni la mexicana ni, por supuesto, la latinoamericana. La invención de estas categorías fronterizas es un resabio clasificatorio del siglo XIX […].
La literatura no conoce fronteras. Los grandes escritores siempre escapan de los cotos cerrados impuestos por la geografía, la política y el tiempo (132).

     La ambición de los seres humanos, al final, parece ser burlar la soledad a la que estamos condenados y derribar las fronteras que nos separan de los otros, y esto lo conseguimos, principalmente, gracias “al sexo, el lenguaje y la imaginación”, nos dice Vopi.

     Después de esta extensa introducción, Volpi se centra en la frontera entre México y Estados Unidos, concretamente en Ciudad Juárez, transformada en Santa Teresa en 2666, de Roberto Bolaño, donde se recrea, con una objetividad de forense, el asesinato de mujeres en los alrededores de las maquiladoras, empresas norteamericanas que, gracias a los acuerdos de libre comercio, se asientan en territorio mexicano atrayendo a miles de jóvenes de todo México en busca de un salario. 2666 es, según Volpi, una novela “fronteriza”:

     No sólo estamos ante una novela que profundiza en el sentido último de las fronteras -el abismo de Santa Teresa-, y en especial de esa última frontera que es la muerte, sino que su propia estructura escapa a cualquier división genérica, decidida a mantenerse en una especie de limbo formal […].

     Casi toda la obra de Bolaño posee esta condición movible, indefinible, porosa. Sus novelas son ensayos sin dejar de ser novelas. Al mismo tiempo, se permiten jugar con todos los géneros, detectivesco, sentimental, enciclopédico, sin caer en la telaraña de ninguno de ellos. Pero sólo en 2666 lleva esta idea hasta sus últimas consecuencias: su estilo es elusivo, sus mensajes oblicuos, sus respuestas quebradas; sus personajes se mantienen en esa zona de indefinición, entre la demencia y la cordura, entre la ficción y la realidad, entre un lado y otro, lo cual impide sacar conclusiones unívocas sin dejar de advertirnos sobre la irracionalidad y la estupidez que imperan en este mundo. Porque en Bolaño, a diferencia de lo que ocurre con los escritores que han copiado sus procedimientos, la ambigüedad no constituye una renuncia a confrontar los hechos y a enjuiciar a los culpables del horror (139-140).

     Es interesante esa reflexión final que nos dice que Bolaño no renuncia “a enjuiciar a los culpables del horror”. Especialmente en 2666, nos encontramos con un tratado sobre el mal, cuya acción describe, en la novela de Bolaño, un arco que va desde la Segunda Guerra Mundial hasta desembocar en la Santa Teresa del siglo XXI, lugar hacia el que confluyen las diferentes historias que la novela desarrolla. Allí, en Santa Teresa, en la última parte del libro (La parte de los crímenes), Bolaño se empeña en narrar el horror, aunque para ello tenga que llenar páginas y páginas de informes forenses, adentrándose, además, en investigaciones que ya le han costado la vida a varios periodistas.



     En la siguiente parte del libro, LA OBSESIÓN LATINOAMERICANA, Volpi retoma las técnicas narrativas con las que se abre el libro: tenemos de nuevo a un narrador que se sitúa en el tiempo futuro, aunque en este caso se trate de un futuro próximo, el 2055. Desde esa época, un crítico estadounidense, llamado Ignatius H. Berry, que es catedrático de Hispanic and Chicana Literature por la Universidad de Dakota del Norte, ha publicado un artículo fundacional en una revista (de nombre revelador): In/positions.

     Las opiniones vertidas por este post-crítico ficcional, transcriptas de ese supuesto artículo, son verdaderamente problemáticas. Volpi lleva a cabo aquí una crítica de los Estudios Culturales anglosajones y de ciertas teorizaciones de la posmodernidad. Critica especialmente ese gusto casi fetichista y, en cierto modo, necrofílico, por América Latina y otros lugares del Tercer Mundo. Es como si estos críticos necesitasen mantener una visión un tanto mitológica y tercermundista de territorios y culturas que, inevitablemente, evolucionan al compás de la civilización occidental, de la cual forman parte, como si esas posiciones teóricas, aunque vestidas de ropajes (pos)modernos e investidas por presupuestos considerables, se mantuviesen estáticos en una visión (neo)colonial de la que no consiguen salirse. Para ellos, más importante que el valor literario y estético de una obra, que lleva pareja su significación histórica, parece ser el contenido más o menos pos-colonial que puedan traer a colación. Desdeñan, además, la importante tradición crítica latinoamericana, que ha construido un edificio teórico digno de tener en cuenta cuando se trata de literatura latinoamericana.

     De manera colateral, o más o menos central, está el tema del Boom literario y del “realismo mágico”, que, según Volpi, no deja de ser una creación ajena, impuesta por críticos foráneos. El punto de vista de este tipo de crítica lo resume Volpi en esta cita:

     Por más que filólogos y eruditos se obstinen en buscar antecedentes en épocas anteriores, no existe ninguna obra relevante antes de Jorge Luis Borges.

     Poco después apareció un grupo de escritores que convirtió América Latina en un referente obligado de la cultura occidental. Conocido con el nombre de Boom, su núcleo central estuvo formado por Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, a los que pueden sumarse los nombres de José Donoso, Guillermo Cabrera Infante, Juan Carlos Onetti, José Lezama Lima, Fernando del Paso, Ernesto Sábato, Manuel Puig o Alfredo Bryce Echenique […].

     A toda época de esplendor sigue una de decadencia, y así ocurrió en América Latina. Dominada por la autocomplacencia y las presiones del mercado, poco a poco su literatura perdió fuelle [...].

     Las sucesivas crisis económicas, la desaparición de su industria editorial, la falta de lectores y la integración de la Zona de las Américas en 2025 disolvieron a América Latina como entidad cultural. Lo más grave es que los responsables de este retroceso fueron los propios escritores latinoamericanos posteriores a Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez. En vez de prolongar los caminos abiertos por sus mayores, se internaron en un territorio dominado por un lenguaje internacional -una especie de koiné hispánica- y extraviaron las peculiaridades que los distinguían como latinoamericanos (143-144).

     Una vez más, lo más interesante de la cita se resume al final: las hornadas de escritores latinoamericanos que suceden al Boom (entre los que se incluye el propio Volpi) han extraviado “las peculiaridades que los distinguían como latinoamericanos”. He aquí la bandera volpiana, que defiende el derecho de la literatura latinoamericana a “des-latinoamericanarse para así latinoamericanarse mejor”. ¿Una región como la latinoamericana, que, tras el periodo de las dictaduras y del Plan Cóndor y el advenimiento de las democracias representativas, ha pasado a integrarse en la cultura de masas occidental, donde imperativos y reivindicaciones políticas, sin desaparecer por completo parece que han dejado de movilizar muchedumbres, tiene el derecho de pasar página? ¿Las etiquetas del pasado sólo sirven para el pasado? ¿El presente viste nuevas ropas? En todo caso, el debate sobre la identidad latinoamericana puede seguir siendo importante, pero de manera paralela se desarrollan otros paradigmas. De estos cambios se queja amargamente el artículo de Ignatius H. Berry, ya que “salvo en el caso de un puñado de escritores que se obstinaron en explorar sus problemas locales, la narrativa latinoamericana se vació de contenido […]. La voluntad de renunciar a lo nacional tornó espuria la aventura de aquellos jóvenes, hoy convertidos en piezas del museo de la era de la globalización” (146).

     Finalmente, la voz autorial emerge para enjuiciar el polémico artículo de Ignatius H. Berry, que él mismo ha escrito. Por si alguien se había tomado en serio las ideas de este artículo, o para hacer más explícita su crítica a los Estudios Culturales, la voz de Vopi comienza la crítica de la crítica, que, consecuentemente, también puede, y probablemente debe, ser criticada. Veamos en primer lugar su crítica a los Estudios Culturales:

     En esta época que los académicos estadounidenses no vacilan en llamar poscolonial, tanto los críticos como los lectores del Primer Mundo parecen sentir una inevitable ambivalencia frente a esas otras civilizaciones, para usar la nociva terminología de Huntington, que han estado o continúan sometidas a su influencia cultural, comercial o política. Azotados por una especie de complejo de culpa histórico, consideran que Occidente debe abandonar sus actitudes coloniales y descubrir los aspectos soterrados u olvidados de sus antiguos súbditos. La premisa básica es el relativismo cultural: dado que ninguna civilización es superior a las otras, buscan frenar la expansión de la cultura occidental en el mundo para rescatar las peculiaridades de las naciones tercermundistas. Tras siglos de explotar a las otras culturas, ahora se empeñan a rescatar los auténticos valores de los otros […].

     Obsesionados con lavar sus pecados históricos, no se cansan de alabar las diferencias culturales que perciben en la literatura latinoamericana. Estos críticos europeos y estadounidenses olvidan algo esencial: desde el siglo XVI, los escritores de lo que hoy es América Latina siempre se han creido parte de Occidente. Tal vez se trate de un Occidente excéntrico, como señaló Octavio Paz, matizado por la cultura pre-hispánica, pero no una civilización distinta, como quiere Huntington (149).

     Dejaré ahora translucir mi propia voz autorial, ya que estamos embarcados en ese tipo de juego. Estoy totalmente de acuerdo con estas aseveraciones, así como con otras muchas que aparecen en el juego de espejos que es este libro. Sin embargo, en algunas ocasiones, Volpi lleva el rechazo a la etiqueta “literatura latinoamericana” a sus últimas consecuencias, y en mi opinión, en esos momentos, llega a contradecirse a sí mismo. Vale que esta obra es un juego de posiciones narrativas, sin embargo, los dardos del autor llegan a la diana, así que cada aseveración, por mucho que sea indirecta, como él sabe, será tenida en cuenta. En este sentido, no entiendo cómo un autor que dedica la última parte de su libro (NUESTROS ANTEPASADOS) a microensayos sobre escritores exclusivamente latinoamericanos, Rulfo, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Juan García Ponce, Jorge Cuesta, Sergio Pitol y Roberto Bolaño, puede decir las siguientes palabras:

     Pues, ¿Qué significa a fin de cuentas ser latinoamericano a principios del siglo XXI? Tal como sostiene Berry, probablemente nada. La distancia cada vez mayor entre los países de esta región, los intercambios cotidianos con otras tradiciones y la influencia de los medios de comunicación han provocado que sea cada vez más difícil reconocer a simple vista a un autor latinoamericano (153).


     La literatura latinoamericana, pese a las tentativas de apropiación por uno u otro bando, desde una u otra teoría literaria, con esta o aquella intención política u ideológica, existe. Incluso el gran Volpi, en su intento, a veces fingido, a veces real, de desvincularse o quitarse de encima la etiqueta de latinoamericano, demuestra que lo es, porque la pertenencia a aquello que llamamos latinoamérica incluye también a los desertores, a los parias, a los adalides de la Revolución, a los militares golpistas, a los vendepatrias, a los escritores que se definen como latinoamericanos y a aquellos que, a la manera de Bartleby, preferirían no serlo.


Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1964), Philip K. Dick

Según Emmanuel Carrere, en la biografía novelada que escribió sobre Philip K. Dick, la obra de este escritor está determinada por un princip...