“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”
Jonathan Swift
Con esta cita empieza la magnífica novela La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, en irónica referencia al inolvidable Ignatius Reilly, personaje principal.
En muchos casos, la misma frase, con ciertas modificaciones, puede ser aplicada a obras menores que son magnificadas por la crítica y el merchandising: “Cuando nace un verdadero necio puede reconocérsele por el siguiente signo: todos los necios le apoyan si hay beneficios”.
Un premio de nivel nacional, para hacerse conocido y ser respetado, no necesita promover obras de gran calidad, le basta con poseer un buen financiamiento para hacer cierta la frase de que una mentira repetida se convierte en verdad. Se elige un género “alternativo”, como la ciencia ficción o la novela policial, se ofrece un jugoso premio y se celebra una ceremonia de premiación por todo lo alto, se edita en tapas duras con una portada bonita, y ya está el paquete basura preparado para inundar el mercado editorial.
El premio Minotauro 2018, otorgado a Nieve en Marte, de Pablo Tébar, tiene todos los ingredientes para ser considerado una copia imperfecta del peor cine norteamericano de acción. Se trata de un artefacto a medio camino entre un guión de una serie de televisión y un remedo vulgar de los peores imitadores del gran Stephen King. ¡Que alguien se atreva a decir que El resplandor es una mala novela! Para decir eso, primero tendrían que leérsela, y ya voy avisando que sobrepasa las seiscientas paginas en formato Biblia, con hojas de papel de liar y letra minúscula. En El resplandor hay deseo, locura, miedo, elementos sobrenaturales, y una tesis sobre la violencia familiar. Con esto quiero decir que para que una novela se convierta en best-seller no tiene que ser obligatoriamente mala. Incluso en los géneros considerados “menores”, aun cuando mayoritarios, pueden aparecer obras maestras. Por otra parte, lo raro, exclusivo, contracorriente, no es necesariamente bueno.
En Stephen King se rastrean influencias de grandes escritores como Lovecraft, Poe o Hemingway, entre otros; pero en Nieve en Marte, ¿se observa alguna influencia literaria? Siendo muy benevolentes, podríamos proponer como influencias de esta novela El vengador del futuro y Mad Max, dos buenas películas distopicas. Pero si se trata de encontrar influencias de las grandes novelas distópicas y de ciencia ficción, lo siento mucho, Nieve en Marte no las posee. No hay influencias de 2001, una odisea espacial, ni de ninguna otra obra de Arthur C. Clarke, tampoco de Ray Bradbury, ni de Isaac Asimov, ni de Wells, Bioy Casares o Julio Verne. ¿Se debe esto a que el autor no ha leído a ninguno de estos autores? Lo desconocemos.
En realidad, la novela por no tener no tiene ni mensaje, más allá del tópico cambio climático producido por los excesos de una civilización consumista, que en el texto aparece mas como un elemento del paisaje que como crítica social. Todo el ingenio y valor de esta obra se reduce al nivel del argumento, por la mera acumulación de hechos y acciones copiadas de la mejor factoría Inferno.
De Mad Max la pelicula toma prestado el tópico del mundo post-apocalíptico, destruido y seco, donde viven, animalizados, unos cuantos supervivientes. En Brave New World, de Aldous Huxley, ese territorio, la "reserva", donde residen los salvajes, y que se caracteriza por la religiosidad, la monogamia y el deterioro físico, contrasta vivamente con el territorio civilizado donde reina el sexo libre y la clonación en serie de diferentes categorías de individuos (delta, beta, gama). La reserva es el reducto que guarda la memoria de otro estadio civilizatorio, y en el mundo nuevo, las drogas, los medios de propaganda institucional, y el confort han apagado la historia mediante condicionamientos mentales y lavados de cerebro. La reserva se ofrece así, para el nuevo mundo, como un vestigio primitivo, una arqueología de la sociedad. Pero en Nieve en Marte, ese territorio, mas allá de la frontera verde, no simboliza nada. Es el teatro árido por donde deambula una niña que parece tener poderes sobrenaturales pese a alimentarse de raíces y precarios caldos de huesos de cuervo. Esa niña, misteriosamente elegida por el antihéroe (una especie de terrorista que lucha contra contra el sistema) como depositaria de una cantidad inconcebible de dinero para que, en el futuro, transforme el mundo, a través de la resistencia armada. Demasiado redondo. Muy bien cerradito.
La desértica extensión donde habitan los “zombis” (esas personas que han quedado atrapadas fuera de los límites de la “zona verde”) desaparecerá entonces de la novela, una vez presentada la niña, y la accion pasara a desarrollarse en el espacio y en las ciudades, en una huida hacia Marte, acelerada por La invasión de cientos de miles de “zombis” ansiosos de venganza.
Nieve en Marte plantea, sin espíritu crítico, la idea de que una raza superior, de origen alienígena, (los Anunnakis) son el origen de nuestra especie. Según esta teoría, nosotros somos los anunnakis, que vamos por el universo destrozando mundos. El protagonista, un especialista en lenguas muertas, llega a esta conclusión despues de ser contratado por una corporación para estudiar unas inscripciones en piedra marciana. En un viaje de ida y vuelta, Marte, nuestra antigua morada, que había sido destruida por nuestros avances tecnológicos, vuelve a albergar vida, “terrificándose”, mientras que la tierra se hace estéril y, por lo tanto, invivible. En EL pendulo de Foucault, de Umberto Eco, una verdadera enciclopedia de las artes ocultas y de toda la superchería y teorías conspiratorias que el ser humano ha podido inventar, primero se convence al lector de la verdad de estas teorias, y finalmente se demuestra la vacuidad de tales razonamientos. Nieve en Marte toma como verdadera, sin el mínimo juicio crítico, una de las más rocambolescas teorias de la conspiración, que desemboca en la conclusión de que la reina Isabel y todos sus vástagos son saurios, asi como Michael Jackson (que todavía está vivo), George Bush Jr y toda su estirpe son lagartijas cósmicas y nos dominan.
Pero el mayor pecado de Nieve en Marte no radica en la mistura de elementos dispersos, ni en que la obra constituye una especie de cocktail explosivo donde todo parece estar permitido. Lo peor no es que la novela tome modelos y los adopte sin la mínima subversión para amplificar o actualizar su significado. Lo verdaderamente indignante de este texto se encuentra en el nivel del lenguaje, con un narrador mal delimitado, cuya forma de expresarse adopta sin distanciamiento la tonalidad, casi siempre simplista y barriobajera, del habla de los personajes. “¡Es el estilo indirecto libre, imbécil!”, se me podrá achacar. Pero entonces, ¿Cómo se justifica el hecho de que, a veces, en medio de un lenguaje chabacano y desprovisto de belleza estética se intenten alardes estilísticos, casi siempre fallidos?
1 comentario:
Gran reseña.
Aplausos desde el fondo de la sala.
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