domingo, 3 de marzo de 2013

Vázquez Montalbán (1939-2003), Roldán, ni vivo ni muerto, 1994

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La novela policial tiene en Manuel Vazquez Montalban un representante castizo, con volumen y enjundia más que suficiente para seguir ganando adeptos seguidores. La muerte, en no pocas ocasiones, contribuye al renacer de algunas obras, conlleva éxito e incluso canonización.

          El mayor mérito de la saga del detective Pepe Carvalho consiste en la ruptura de los códigos tradicionales de la novela policial y también de la novela histórica realista en general. En Roldán, ni vivo ni muerto, lo satírico lo impregna todo. Recurriendo a elementos paródicos y alegóricos, la novela alcanza un poderoso  sentido simbólico. La red de cloacas que comunica a los servicios de inteligencia con las sociedades secretas y otros organismos y asociaciones remite al carácter simbiótico de diferentes grupos de presión, donde fuerzas de diferente signo trenzan alianzas, se apoyan o boicotean por un interés común: el dinero. El Opus Dei, por ejemplo, ejerce su influencia siempre en la sombra, y persiste reaccionando ante la caída de la Dictadura, infiltrado en el Ejército, en la Guardia Civil y en otros centros de Poder.

          Por otro lado, este libro satiriza también a una izquierda bastante esquematizada, como corresponde al género de la sátira. La izquierda ha sufrido una fragmentación entre la vieja guardia ideológica, aquellos que mantienen el discurso marxista tradicional, y un nuevo modo de ver las cosas en otros sectores, con individuos que perciben la democracia como un gran bazar de oportunidades donde reina el todo vale. Roldan es el perfecto ejemplo del espíritu picaresco tan mentado a propósito de los vicios y virtudes de los españoles –ese ente multiforme y generalizador causante de tantos males–en un medio en el cual lo normal es aprovecharse de los privilegios de alcurnia. Y si no se tiene alcurnia se necesitan contactos y buenas relaciones. Hay que asomar la cabeza en reuniones de asociaciones sindicales para encontrarse con personajes clave del sistema productivo del estado, donde uno puede granjearse futuros clientes y socios, dando forma a una reputación de persona bien avenida e influyente. Será obligatorio pasar horas enfrascado en conversaciones jugosas en restaurantes de cinco tenedores, en hoteles y paradores, acumulando experiencia y buenas maneras en interminables jornadas nocturnas, que con frecuencia terminan en piscinas privadas con buen güisqui y mujeres.

          La multiplicación de los Roldanes ante los ojos de Pepe Carvalho y Biscouter obedece a una maniobra de los Cerdos Ibericos, rancia secta aragonesa, pero en un nivel simbólico remite a la proliferación de corruptos en los cargos públicos. Como si dijese que hay miles de corruptos en este país. La conducta de individuos como Roldán, Director de la Guardia Civil, deja la impresión de que uno está viendo sólo la punta del iceberg. Desde este punto de vista, Roldán no es más que una cabeza de turco, una pieza de ajedrez que el jugador sacrifica para negociar tablas, para que la partida termine en empate técnico, y todo continúe igual.

          El engranaje oculto, subterráneo, en las cloacas de la realidad alcanza un clímax alegórico cuando se subvierte uno de los principales postulados platónicos: el mito de la caverna. Las víctimas de las ilusiones ahora viven en la superficie, al aire libre, y desde la caverna, en el subsuelo, los altos cargos del Estado usan su poder mediático: proyectan una realidad artificial, y los manipulan. Montalban, como se dice vulgarmente "metiendo el dedo en el ojo", incide en ese amplio vacío informativo de que adolecen los medios de comunicación españoles, esa débil franja que solo se puede cruzar exponiendose al riesgo de abrir la caja de los truenos. Como todos están implicados, la red de intereses, de tan tupida, es opaca y no permite la mínima transparencia. Ni más ni menos como las cloacas en las que se desarrolla gran parte de este relato.

          El estilo de la prosa es ágil e irónico, los personajes, caricaturizados, nos recuerdan a figuras de cómic. El lenguaje llano y coloquial se mezcla con las referencias eruditas, el autor explora con pinceladas escatológicas e imágenes vanguardistas diferentes recodos del carácter español, y rebusca en la basura de la historia de la transición española, aunque para ello tenga que trasladarse a la otra punta del Mediterráneo, en Damasco, porque las ramificaciones de la corrupción y los intereses creados tras la muerte de Franco, adquieren ya dimensiones globales.

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