miércoles, 23 de mayo de 2012

Maradona o la soledad de los dioses

Circulan por youtube unos segundos históricos para la historia de la cultura popular, momentos en los que El Elegido, guiado por una lucidez sobrenatural, sabe que está llamado a ser un héroe. Ese resplandor, en su caso, surgió a los siete años. Alguien, asombrado por el desempeño futbolístico de un muchacho que destacaba sobre todos los demás, se aproximó con una cámara y decidió grabar el prodigio. El chaval tiene tiempo para realizar unas cabriolas, dando toques al balón con el pié, el muslo, el pecho, la cabeza, y después responde a una pregunta típica: «¿Cuál es tu mayor sueño?» —Y… mis sueños son dos: defender la camiseta argentina y ganar un mundial. Desde luego esa lucidez resulta inexplicable. ¿Cómo pudo vislumbrar su destino? ¿Qué descaro es ese? Como si nada, sin apenas inmutarse, el muchacho de la Villa Fiorito encara al videoaficionado y, con toda la seriedad del mundo, le dice que quiere ganar un mundial, así, como quien comunica un secreto a media voz, pero sin titubeos, consciente de que se le oye bien. Ese fue el primer milagro de los muchos que vendrían, tanto dentro como fuera de los estadios. Su origen, no podía ser de otra manera, fue humilde, demostrando que el futbol, pese a su aristocrático origen –de británica flema–, es actualmente el verdadero pan del pueblo, si es que todavía se puede usar esta palabra. Fue congregando multitudes, haciéndose fuerte entre algodones, dedicado en cuerpo y alma a su prédica futbolística. Compartiendo las horas con su amuleto la pelota, aprendió a relacionarse con ella y a mimarla hasta niveles insostenibles. Era saltar al césped y todo lo demás desaparecía, ella, la pelota, lo seguía donde quiera que estuviese, se encaprichaba de él y ya no lo quería soltar. Vivía con brujula y en lo divino. Fueron los buenos tiempos, pero no los más gloriosos, esos sólo llegan después de grandes trabajos y muchos sufrimientos. Más tarde fueron las malas compañías en noches frenéticas, los viajes transoceánicos, los yates, las mujeres, las drogas. La tentación lo vence. Sólo es uno de las pruebas en el difícil camino iniciático. Quizá el más duro. Su imagen embriagada, atónito y desorientado, recorre todos los telediarios del mundo. Pero milagrosamente se recupera, regresa a su mujer e hijas y anuncia su próximo regreso al templo, donde lo esperan los fieles para darle un cálido homenaje en cuanto demuestre que sigue siendo Él. Porque tropezó una vez y ¿quién está libre de pecado?, porque un chico de la calle es visceral, e inmaduro, y probablemente ciclotímico y algunas cosas más. Ése no será el último milagro, seguirá acumulando fieles, testigos de sus grandes batallas y episodios bélicos, porque un profeta que no está reñido con la caricia puede ser a veces tosco y brutal, e incluso vulgar: un gordo mofletudo y con pinta de gánster, en cuyo corazón anidará siempre un pájaro de terror. La última prueba antes de morir por los hombres aconteció sin preámbulos ni síntomas previos, el sol brillaba sin complejos esa mañana, Él se recuperaba en casa, en compañía de su familia después de una larga temporada en una clínica de desintoxicación. Meses despúes de salir del hospital, contaría a la prensa lo sucedido, explicando que estuvo cara a cara con la muerte, y de repente sintió que algo lo arrebataba a sus fauces. Eso, para mí y para muchos otros investigadores, demuestra técnicamente su divinidad: murió y, como Jesucristo, resucitó de entre los muertos. La enésima reencarnación del astro, El Elegido para llevar el amor a casa de los pobres, volvía a teñir de color la grisura cerviz de la realidad cotidiana. Se le vio en mítines, apostrofándo, debatiendo codo a codo con las grandes líderes del momento, sus contemporáneos, elegidos tambien ellos por gracia divina, súcubos ancestrales clavando sus garras en la espalda del pueblo. Y desde lo alto de la palestra, ante las cámaras, continuó con sus prédicas, pero ya en los anfiteatros, contagiado por las gentes, uno con ellas, en un matrimonio similar al del pastor con su rebaño. Increpó a los fariseos, los roñosos poderosos e impostores que santifican en vano. Luchó incansablemente contra Joao Avelange, su principal enemigo, quien tantos sufrimientos le causó con sus decisiones cuestionables y salomónicas. Pero regresó, cuando nadie lo esperaba, se puso a dieta y se autoinfringió una disciplina estoica. Irreconocible, renovado, más maduro y responsable, y escribío más páginas inolvidables en el libro de la Historia. Pero hubo recaidas, siguió ostentando su personalidad (no tan) contradictoria, se le vió disparando a los paparazzi con su escopeta de aire comprimido, hombres corpulentos trepaban los muros de la mansión y descendían apavorados, sintiendo en sus carnes el rigor de su cólera. En el último documental de Kosturika, de final apoteósico, reunidos en íntima ceremonia, amigos, parientes y unas decenas de fieles corean al Elegido mientras una banda entorna los primeros acordes de una cumbia que cuenta sus gestas. Visiblemente emocionado, Él se levanta, totalmente abstemio sube al escenario y comienza a cantar. Se sabe de memoria la letra de esta canción. Después de tantos trabajos, diríase que el héroe se merece un descanso. Pero no, empecinado regresa a los templos, y continúa oficiando, esta vez en las entretelas de esos circos donde los grandes guerreros se dejan la piel. Dirigiendo escuadrillas de 10 soldados más el arquero, el Gran General se siente frustrado y quisera salir al campo de batalla, para dar su vida, una y otra vez, por los hombres. Pero este Dios tiene los pies de barro, es un Dios humano, encarnado, y volverá a tropezar. Licença Creative Commons
Maradona o la soledad de los dioses de Urbano Estrella é licenciado sob uma Licença Creative Commons Atribuição-Uso não-comercial-Vedada a criação de obras derivadas 3.0 Unported.
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