Inmerso en una labor de imitación del lenguaje de la calle, profundizando en el potencial expresivo del habla de los delicuentes y la clase media-baja, lo cual hace algunas páginas, para los hablantes no mexicanos, códigos casi indescifrables, el mexicano Élmer Mendoza nos entregó en 2001 una novela inolvidable, donde el narcotráfico y sus implicaciones sociales salían a la superficie. Fue una de las derivaciones de lo que podríamos denominar neo-barroquismo latinoamericano, y es un objeto de análisis prototípico para los Estudios Culturales y el Post-modernismo.
El hilo conductor viene dado por un personaje cuyas actitudes mentales son limitadas, pero que, además, posee una voz interior que dialoga con él. El relato roza lo fantástico, la osadía que proviene de la seguridad de que se está trabajando con un género literario, una ficción, provoca la sensación de que estamos ante una novela experimental. En esta clave hay que leer la relación del personaje con Janis Joplin que, pese a no ser totalmente imposible, resuta, cuando menos un tanto inverosimil. De todos modos, Janis Joplin actúa en un nivel simbólico en la novela, resume las características de la contracultura y sus ramificaciones en México, abastecedor en gran medida, de la materia prima (marihuana, hongos alucinógenos y cocaína) que sustenta el delirio jippie. Actúa también como marco (contexto histórico) de la época y prepara el camino para la contraposición de los dos países, el abismo que en la época existía (y en muchos aspectos aún existe) entre EEUU y México.
La denuncia de la corrupción de los Aparatos Ideológicos del Estado y de las fuerzas del orden resulta incontestable, la participación directa o indirecta de la sociedad mexicana con el narcotráfico, también. Los personajes de esta novela son, en su mayor parte, personajes populares, de un estracto social bajo y de poco nivel cultural. Salen a relucir sus mayores ambiciones: la esperanza de una vida más digna, que pasa generalmente por la consecución de dinero que, a falta de otras oportunidades, ha de llegar de la manera más fácil y peligrosa: gracias al narcotráfico.
La mirada legalista, podríamos decir «idealista», aparece precisamente en la hermana del personaje guerrillero –contrapunto del narcotraficante– quien, ante los atropellos de las fuerzas policiales, amenaza una y otra vez con denunciarlos, pese a ser duramente reprimida por sus propios padres, ya que todos saben que el sistema está corrupto de forma integral y esas denuncias sólo atraerían más desgracias sobre la familia.
Élmer Mendoza descubre la corrupción de un sistema volcado hacia el interés político y, en última instancia, económico. El narcotráfico se inflitra en todos los estractos de la sociedad, que van desde la gente más humilde del pueblo hasta los movimientos guerrilleros y el propio Estado, con sus políticos y Fuerzas Armadas. Él es el único que se mantiene incólume mientras los otros sectores se debaten en sangrientos conflictos.
Encontramos en esta obra un gusto por la cultura de masas, que se manifiesta en varios aspectos: en varias citas, sobre todo, musicales, pero también en el beisbol, que es el pretexto que lleva al personaje principal a cruzar la frontera y conocer los EUA. Por otra parte, el ritmo y la sucesión de episodios da la impresión de una película de acción, de una road movie en la que el personaje, debido a un suceso violento debe emprender una fuga que le hará madurar en un constante aprendizaje. Su espectacular final, con el personaje principal cayendo desde un helicótero al mar es bastante cinematográfico también. Resulta interesante también la selección del anti-héroe, un muchacho inofensivo, deficiente, que se envuelto sin quererlo, en una espiral peligrosa.
El término «novela «de frontera» resulta controvertido por el riesgo que entraña de etiquetar o restringir la significación de este tipo de narrativa, limitandola a unos confines preestablecidos. Sin embargo, no cabe duda que las manifestaciones culturales de la «frontera», especialmente entre EEUU y México, son de gran interés actualmente debido a los procesos de hibridación y multiculturalismo en el contexto del sistema capitalista actual. La contraposición entre los dos países no está reñida con la interpenetración cultural mutua. La crítica literaria, sin perder totalmente la noción de «valor literario» como uno de sus principales baremos –como bien apunta Beatriz Sarlo–, no debe tampoco olvidarse de la importancia que la literatura y las artes en general tienen como «reflejo» de la sociedad. En este sentido, la novela de Elmer Mendoza, nos brinda una oportunidad muy interesante para cuestionarnos algunos asuntos de índole cultural.
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