martes, 19 de febrero de 2013

Fernando Vallejo (1942), El desbarrancadero (2001)

Incorruptible en su acerva corrupción, fiel a su mirada negra, Fernando Vallejo, Colombiano sólo de nacimiento, se refugia en una posición ciertamente incómoda: la de aquel que por no se sabe qué pacto secreto, ha decidido incomodar a todo el mundo. No pretendo criticarlo, pues cada persona elije -o no- una imagen o face, que es una manera de presentarse ante los demás. Lo otro, el resto del individuo, lo que no es personaje queda reservado para los minutos perdidos ante el espejo, para las conversaciones sin palabras con la almohada. Pero querría analizar esta actitid de escritor maldito que Fernando Vallejo viene cultivando. Esta posición acarrea ciertos peligros, el peor de todos, el encasillamiento, el no poder escapar de unos moldes en los que voluntariamente uno se ha encajado. Así es la vida del outsider, cuyo genio y figura llevan la marca del lado oscuro. Pareciera que el odio guía sus pasos e impregna inevitablemente sus obras, pero tras una mirada atenta, uno imagina un no sé qué de disfraz, de personaje, de actuación. Basta con escuchar alguna declaración de Fernando Vallejo a los medios de comunicación para visualizar en él la imagen atemporal del impertinente, de la opinión no solicitada y del viejo gruñón que no se casa con nadie y que es capaz de denigrar incluso a sus propios admiradores. Sin negar la gran simpatía que me merecen este tipo de personas, capaces de hacer una trinchera del inconformismo, refugiados de su propia incapacidad para integrarse en una sociedad de la que, por otra parte, lo quieran o no, ya forman parte, no puedo dejar de pensar en la obvia realidad de que encarnan ni más ni menos un prototipo social. Claro está que cada uno encarnamos algún prototipo. Me viene a la memoria ahora Jorge Volpi, nuevo divo de la literatura hispanoamericana: Cuando aparece en la entrevista con su copa de vino, pero totalmente sereno, y con esa cara de chico bueno y estudioso, dirigiendo sus diatribas hacia la narrativa del boom, no hace sino encarnar una pose, como ya antes lo hiciera, entre otros muchos, Onetti -en mi opinión con mayor éxito que Volpi-, cuando compareció en aquel programa literario de Televisión Española (A fondo) ridiculizando a Joaquín Soler Serrano, a la sazón presentador, aludiendo a sus amigos anarquistas –por otra parte, no se entiende cómo ciertos escritores de izquierdas, al estilo de Benedetti, podían ser invitados a este programa, para explicar sus ideas subversivas en la televisión del régimen franquistaimagino que los primeros sorprendidos eran ellos–. Todo este excurso simplemente para significar que toda pose ensayada de un escritor (léase intelectual o artista) o personaje de relieve público, ya tuvo, por más que nos parezca novedoso, su predecesor en los anales de la Historia, es inevitable y esto no debe preocuparnos, se trata de una negociación habitual que todos manejamos, si bien con mayor o menor éxito. Es comprensible, pues en este mundo el peligro acecha en cada esquina. El campo literario es un sistema organizado en el cual los diferentes agentes se insertan. Una vez el escritor es aceptado y deja de ser una foto en la cubierta posterior de un libro para figurar en debates, congresos y exclusivos programas de televisión, tiene ante sí una oportunidad singular, ya que,si así lo decide, puede convertirse en alguien distinto si tiene dotes interpretativas y cierto aplomo. En el caso del tipo de personaje que encarna Fernando Vallejo, es cierto que algunos de estos personajes (en el mundo del espectáculo abundan los ejemplos) terminan por creerse su propia imagen y, por lo general, mueren a temprana edad o terminan locos de atar, como ocurrió en innumerables ocasiones (Janis Joplin, Raul Seixas, Leopoldo María Panero, por citar sólo algunos). En esa incómoda posición, la del incómodo fatal, encontramos a Fernando Vallejo, encaramado en las fauces del sistema, a punto de ser tragado por la voracidad de los medios de comunicación, azote de la Iglesia colombiana, blanco de las iras de momento, hasta que la posición periférica que habita se convierta en una verdad incómoda, más para él mismo que para los otros. Me explico: cuando uno habita en esa posición, la del incómodo fatal, no tarda en ser tragado por la propia imagen que proyecta. El sistema es antropófago y abarcador, puede, con total facilidad, darle sus cinco minutos de gloria, porque sabe que morirá aplastado por las toneladas de material gráfico digitalizado que a diario producen los medios de comunicación. Entonces, engrosará la nómina de lúcidos demoníacos, de los súcubos que sucumbieron y sólo dejaron tras de sí una estela de personajes de culto. De manera que, a la postre, los futuros lectores dudarán de si el autor creó sus obras o fueron sus obras las que crearon a su autor. Quedará, sí, ese Premio Romulo Gallegos, y si alguien se interesa hasta encontrará, no sin cierta dificultad, sus películas, quedará también, en la Historia de la literatura (¿Por cuánto tiempo?), una idea de su poética negra, poética en el más amplio de los sentidos, pues sus novelas alcanzan por momentos un gran lirismo, el deje de su re(a)cia vitalidad contra-corriente, un gusto por el exabrupto, por el sarcasmo ácido y demoledor tras del cual, sin embargo, nos parece percibir una nota de candidez, de bondad, de sensibilidad retráctil. Parece, por lo tanto, una víctima de sus propias circunstancias, capaces de empujar a un ser sensible y discreto, a fuerza de desencantos, a la más ingrata posición: la del incómodo fatal, que desconfía de todos y a todos huye, propietario de un ego inconmensurable convertido en celda y escudo.

El desbarrancadero presenta una curiosa simbiosis de argot popular y lenguaje castizo, entendiendo por este último esa especie de alto y rebuscado lenguaje literario proveniente de los grandes escritores del barroco español que sólo es efectivo si va destinado a lectores avezados, todo ello aderezado por pasajes de alto nivel estético y profundamente poéticos. Por lo tanto, uno se pregunta, ¿A quién va dirigido? ¿En qué lector prototípico pensaba el escritor Fernando Vallejo cuando escribia su novela?: ¿Acaso en la caterva de seres habitantes de ese inframundo que describe, poblado de homosexuales sidosos, politoxicómanos y chaperos? O, más bien, ¿Escribía / escribe para escandalizar al pequeño-burgués liberal con ínfulas de intelectual, que vive una vida acomodada y lo último que desea es que el sistema quiebre llevándose consigo su ilusoria comodidad? Me inclino a pensar que la respuesta válida es la segunda. Fernando Vallejo escribe para contagiar de su virus, que, por otra parte, a estas alturas de partida resulta bastante inocuo, al lector acomodado, para violentar las estructuras del campo literario escogió el camino más duro (valentía no le falta), acaso el único del que es capaz una personalidad resentida como la que rezuma la imagen que se complace en mostrar. Sin embargo, y esta es la paradoja, no por presentarse como un outsider tendrá más éxito su mensaje subversivo, o dicho de otro modo, precisamente por ello, su mensaje corre serio riesgo de caer en saco roto, el lector generalmente confía más en la imagen de aplomo y seriedad del intelectual culto y sobrio que en la del ser asocial que Vallejo se empeña en mostrar. Sus descalificaciones de la clase política colombiana serían más productivas, sus críticas más certeras, si las acompañase del impasse sereno del que sabe criticar el sistema desde dentro, porque dentro estamos todos, nos guste o no, de este sistema triturador y antropófago. De manera que uno está más dispuesto a aceptar las provocadoras afirmaciones de Jorge Volpi (a Volpi hay que leerlo con precauciones, sobre todo su ensayismo, plagado de ironías y exageraciones) con respecto al papel fundador de García Márquez y su «realismo mágico» y la muerte de la literatura hispanoamericana, con su imagen de triunfador inteligente, que al marginal que se muestra como un huraño negacionista, una utopía a la inversa, por más que sus verdades sean inapelables y sus obras muy buenas.

Este amante de los animales preconiza la esterilización de la Humanidad, y quizá no le falte razón. Hombre erudito, ha escrito ensayos sobre lingüística (Logoi, una gramática del lenguaje literario), física (Manual de impostura física) y biología (La tautología darwiniana). También ha escrito guiones para cine. En todos los campos mantiene su lucha feroz, su espíritu combativo y heterodoxo. cuando uno lo lee, siente que, pese a todo, es coherente.

No vamos a detenernos en las reminiscencias helénicas que su sexualidad evoca: en un mundo brutal, el sátiro se desnuda y busca por las calles jóvenes efebos con los que satisfacer su necesidad de belleza. "Yo no soy maricón -diría él-, yo me acuesto con muchachos, que no es lo mismo".


*Si quieren entrar en el ambiente mental de Fernando Vallejo, les recomiendo la película La virgen de los sicarios, donde se recrea bastante bien la atmosfera asfixiante que rodea a este autor. http://www.youtube.com/watch?v=66MS4yZsIZQ

*Discurso de Vallejo al recibir el premio de la FIL:
http://www.fil.com.mx/prensa/com_muestra_fil.asp?id=1307

*Audio del Discurso:
http://vimeo.com/32740869

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